Versión de L. Cervantes-Ortiz
A veces me siento como un niño sin madre,
a veces me siento como un niño sin madre,
muy lejos de casa,
muy lejos de casa.
Frecuentemente me encuentro a mí mismo cantando en silencio las palabras de este spiritual. Las repito: tienen el poder de apelar, por su nombre, un sentimiento que, de vez en cuando, me invade: un sentimiento de nostalgia del hogar, la ansiedad por alguien que tenga el rostro de la Pietá... Sí, hay palabras que son mágicas como las melodías del flautista de Hamelin...
Mis fantasías me dicen cómo estas palabras se vuelven poesía (y no importa si es o no así): una mujer esclava, negra, con un bebé en sus brazos, que no es suyo, porque la madre murió durante la noche, y ella lo arrulla y piensa que no hay mucha diferencia entre ella y el niño, ambos son huérfanos, sin hogar. Pero no hay nadie que la abrace, nadie que le cante canciones tiernas en su soledad. La canción que le canta al bebé, se la canta a sí misma: ella es él...
"Tan lejos", se dice en lengua zulu, cuando quieren señalar una distancia muy lejana, más allá del horizonte, y se vuelven poetas al agregar una simple palabra que, traducida literalmente, quiere decir: "Allá donde alguien dice: 'Mamá, estoy perdido...'"
Soledad sin hogar: todos los quejidos son inútiles; los únicos sonidos, de los pájaros, el viento, el latido de un corazón, el silencio. Y aunque alguien susurre el nombre mágico, como si sus oídos pudieran escuchar el tenue suspiro del niño perdido, muy lejos del hogar: Mamá...
Extraño y hermoso: el mismo nombre, el nombre que marca la absoluta exclusividad de un rostro, y sin embargo, es invocado para marcar una Ausencia universal, un misterio que nos rodea a todos: el rostro se convierte en uni/verso...
Madre: ninguna palabra lo hará.
Qué niño, en la oscuridad nocturna, gritaría:
"¡Oh padre (parent) mío, ayúdame!"
Parece que "padre" (de familia) es mejor palabra que "mamá". Es más inclusivo. Dos son mejor que uno.
Pero las palabras inclusivas son pobres hogares para el amor (aun cuando sean instrumentos eficientes de poder). El amor suspira por un rostro, aquellos ojos, esa voz, esas manos. Excluyen todas los demás rostros, los demás ojos, las demás voces, todas las demás manos del mundo. "Padre" (Parent) es una imagen borrosa, dos siluetas sobrepuestas, una y otra, dos melodías tocadas al mismo tiempo, una u otra, sin diferencia, sin que importe... ¿Puedes dibujar un padre (parent)? ¿Cómo puedes, entonces, amar a esta entidad fantasmal?
Me siento mal. "Madre" es un nombre que nunca invocará mi rostro. Soy padre. Estoy excluido. Y con razón: no soy dios, para incluirlo todo. Yo sé que cuando es escuchado este nombre no me toca a mí. Revela un anhelo, la verdad de alguien que, quizás, se siente como un niño sin madre... Sentir eso excluye a todos los demás. Mi nombre será proferido por alguien cuando mi tiempo llegue, cuando alguien me anhele. Seré recordado por diferentes nombres que sólo pocos saben: nombres secretos, sacramentos exclusivos de aquellos con los cuales compartí mi carne. Es sólo por causa de la exclusividad de estos nombres que mi rostro será recordado.
Sentimientos: como el viento.
Soplan en una dirección, después soplarán en otra...
A veces, las canciones maternales...
A veces, las historias paternas...
A veces, los rostros de niños...
A veces, la sonrisa de los amigos...
Para todo hay tiempo:
tiempo de nacer y tiempo de morir,
tiempo de plantar y tiempo de arrancar,
tiempo de matar y tiempo de sanar...
Aun las palabras tienen su tiempo (excepto aquellas inclusivas y quieren ser omnipresentes):
las palabras exclusivas le pertenecen al tiempo del anhelo, del cuerpo, al de los poemas y la oración;
las palabras inclusivas pertenecen al tiempo helado de la intemporalidad, donde el deseo ha desertado del cuerpo que se ha vuelto hielo y ceniza...
* * *
El amor siempre es exclusivo. Y también las palabras que lo expresan: poemas, oraciones, nombres. Los demonios, sin embargo, tienen nombres inclusivos: "Legión..."
El amor siempre es exclusivo porque es algo vital: placer y dolor, mi cuerpo en la absoluta exclusividad de su momento.
Los dentistas hablan inclusivamente de los dolores de muelas. Pero mi dolor es absolutamente particular, que excluye todos los demás, es el centro de mi mundo.
Los militares hablan inclusivamente acerca de los soldados asesinados en la guerra. Los rostros se vuelven números. Pero mi hijo es mi hijo... Aún conservo su osito Teddy, de cuando era bebé...
El amor canta para lo concreto: ese árbol, esa canción, ese rostro, esa casa, ese paisaje. Y cuando el amor encuentra el objeto de su deseo, olvida todo lo demás (aunque sólo sea por un momento). Otros objetos pueden ser llamados e incluidos, cuando llega su tiempo.
El poder, por el contrario, siempre es inclusivo. El deseo de dominar nunca se satisface con algo; ambiciona todo, siempre. Nada (no/thing) queda fuera de su anillo de hierro: todas las mujeres, todos los hombres, él y ella, ellos, todos los compradores, todos los soldados, todos los enemigos.
El poder tiene un proyecto totalitario: quiere dominar todo. Es porque odia las diferencias y desea abolirlas. Hay torres, alfiles, caballos, peones: pero todos bailan de acuerdo a la misma e inclusiva melodía.
El amor tiene que ver con la búsqueda, con el cuidado, el abrazo, el dejarse ir... El objeto permanece.
El poder es una boca omnívora que todo lo quiere morder, devorar, destruir, asimilar. Asimilar: hacerlo similar a uno. Para hacer algo similar a uno hay que destruirlo primero. La variedad exclusiva de los objetos de amor es transformada en la igualdad inclusiva de la masa asimilada.
La incapacidad para convivir con la diferencia es el signo de Thánatos, la muerte. Hay que ver la lógica de los establecimientos militares: sin diferencia por fuera ni por dentro.
"¡Fuego!": los dedos jalan los gatillos.
"¡Marchen!": los cuerpos comienzan a marchar.
Órdenes inclusivas, obediencia inclusiva.
¿Qué sucede cuando alguien se rehusa a obedecer?
Pregúntenle a Hungría y Checoslovaquia,
a Salvador Allende y a Nicaragua...
Mi cuerpo no sabe nada de la comida en general.
Todo depende de hacia dónde sopla el viento...
Si deseo sidra de manzana, mi deseo es totalmente diferente al tuyo. En mi país no existe el otoño, y es algo que amo. Muchos recuerdos: cielos azules, la brisa vigorosa, helada, yo era joven, hijos pequeños, la nostalgia que llega con las tardes, los colores de las hojas. Y, en una granja específica (exclusiva, ¡aún la veo!), manzanas en el campo, por todas partes, un bello recuerdo, parte de mi cuerpo, que no puedo perder. Y no permitiré que se pierda en la inclusividad de las experiencias otoñales en general. Tú sabes, soy un ser particular, no una entidad general. Los Generales son generales... La ganancia en expansión podría significar la pérdida de la vida. Sólo la muerte es totalmente inclusiva: la oscuridad donde desaparecen todas las diferencias.
Mi cuerpo ignora también todo sobre la música en general.
Hay momentos en los que me siento arrullado por las viejas canciones gospel. En otras ocasiones entro al extraño y místico mundo de Boulez, donde la música se vuelve escultura, como si los objetos pudieran estar hechos con sonidos. Pero entonces el viento sopla en otra dirección y me atrapan las variaciones Goldberg de Bach.
Cada uno en su tiempo. Solitario. Exclusivo. Sé muy bien que un popurrí sería más inclusivo. ¿Pero qué le sucedería a la pureza del momento? "La pureza de corazón es desear una sola cosa" (Kierkegaard): ¿Recuerdan? Y yo no sería sincero con el deseo de mi cuerpo, en ese momento: la música no sería una oración.
El amor demanda pureza. Rechaza aquellas masas inclusivas que uno consigue al agregar una cosa a otra: papayas y naranjas y plátanos y manzanas y fresas y duraznos y mangos. La y es el fin (and, end): un mezclador que destruye cada cosa. ¿Podría un mango ser comparado con una fresa? Sólo si uno no se ha subido a un árbol de mangos o nunca ha oído la historia zen acerca de la fresa roja, en el muro del abismo. Los recuerdos del mango no tienen nada que ver con las de la fresa. Las masas inclusivas sólo son buenas para la gente que se ha olvidado de los jardines y los huertos, de sus olores, de los pájaros, de las abejas. ¿Se pueden mezclar las flores?
Cada elección en un menú es un acto de amor.
Cuando alguien nombra un platillo es porque su cuerpo ha sido seducido por él. Y ese nombre es exclusivo. Todos los demás se quedan en silencio: uno necesita ese platillo y no otro. Ninguna comida es inclusiva. A menos que usted ponga un poco de todo en la mezcladora y se coma la masa...
El amor usa palillos chinos: elección, selección, una a la vez, exclusión, objetos precisos.
Amo la Pietá de Miguel Angel. No sé por qué. Quizá porque anhelo una madre-amante, como Edipo, un cuerpo femenino que no preguntaría todo por mí, grávida de ternura aún si yo estuviera muerto. Miro a la Pietá: el mundo, por un momento, se detiene. Todo, en ese momento de amor, es excluido. Sus nombres expresan la verdad de ese sagrado momento mío.
Pero también amo el David de Miguel Ángel. Por razones totalmente distintas. Envidia: juventud, fortaleza, pureza, nada que esconder. Me gustaría ser como él.
La Pietá es una metáfora de cómo me gustaría que fuera el mundo: como una madre-amante. El David es una metáfora de cómo me gustaría ser. Cuando estoy enamorado de la Pietá me olvido del David, como cuando estoy enamorado del mundo pierdo la conciencia de mí mismo. Y cuando estoy enamorado del David, me olvido de la Pietá. El mundo se hunde en una especie de crepúsculo. Soy Narciso, aunque pido disculpas por la belleza que no tengo.
¿No sería maravilloso que pudiera tener las dos cosas al mismo tiempo? La Pietá y el David, ella y él... Y: mezcladoras. Ellas producen aquellas imágenes inclusivas, confusas, las cuales es imposible amar. La y es un síntoma de la enfermedad del deseo: no sabe a qué nombre llamar... Las y no agregan. La experiencia no se enriquece. Sombras sobrepuestas: una belleza sensual que fue asesinada por la abstracción.
Lo que más puede mover a la exclusividad, lo que más puede introducir al mundo sagrado del Tú: la Encarnación.
Lo que más puede mover a la inclusividad, lo que más puede introducir al mundo de lo neutro: la Abstracción.
El encuentro siempre es exclusivo.
Qué hermosa eres,
amiga mía,
oh, qué hermosa:
tus ojos son como palomas...
Alguien escucha, alguien siente.
La distancia y la manipulación siempre son inclusivas: son neutras, "ellos", los soldados, los trabajadores, hombres y mujeres perdidos en la multitud...
La oración y la poesía siempre son exclusivas. Son momentos como ningunos: únicos, irrepetibles.
Pero hay lenguajes que son como batidoras. Todo lo que es único e irrepetible desaparece. Son los lenguajes de la ciencia, de la economía, de la guerra.
Esta es la razón por la que el Dios conocido por medio del lenguaje de la oración/poesía no es el que se conoce a través del lenguaje de la ciencia, aun cuando el lenguaje de la ciencia se llame a sí mismo teología.
El Dios de la oración/poesía habita en mis deseos y ocupa los nombres de ellos:
A veces, cuando el niño sin madre llora dentro de mí, Madre...
A veces, cuando el niño quiere jugar, Padre...
Cuando anhelo una Madre, Dios es Ella, sólo Ella. Cualquier y agregada a ella sería el fin de mi nostalgia.
Cuando deseo un Padre, Dios es Él, sólo Él: este es el nombre de mi nostalgia, en ese preciso momento...
Si Dios no es llamado por el nombre de nuestra nostalgia más profunda, no hay respuesta. El nombre proferido sin pasión sería una mentira, una blasfemia...
Yo sé... Los filósofos y los teólogos frecuentemente se sienten desconcertados con las palabras de los poetas. No saben qué hacer con ellas. Dicen que están más allá de la verdad, y la verdad (como todos saben) debe ser universal. Y no hay nada más lejos de la universalidad que incluye todo, que un poema: la verdad del deseo, el cuerpo que se hace palabra, palabras en busca de cuerpos. Recuerdo a Kant. Él también amaba la universalidad y la inclusividad. De ahí su desprecio por el placer y la inclinación de su moral. ¿Hay algo más vacío, más inclusivo y más represivo que su imperativo categórico?
En vez de "a veces" el nombre del Padre,
"a veces" el nombre de la Madre,
los dos todo el tiempo.
El Padre no sentiría el dolor de ser olvidado, cuando sea llamada la Madre;
y la Madre no se sentiría discriminada de nuevo, cuando es proferido el nombre del Padre.
Mi cerebro comprende el argumento.
Pero mi cuerpo es obstinado.
Va con el latido, da vueltas con el viento, baila, a merced de las nostalgias que yacen dormidas dentro del misterio de su carne...
A veces Bach, a veces Boulez,
a veces recuerdos de mango, a veces de fresa,
a veces la palabra, a veces el silencio,
a veces soy grande y abarco el mundo,
a veces soy pequeño y quiero esconderme dentro de una gota de lluvia,
a veces el deseo de las Ausencias sugeridas por la metáfora Mujer,
a veces los ecos lejanos que uno escucha cuando se pronuncia el nombre del Hombre...
Dios, muchos nombres, los nombres de mis deseos...
¿Cómo podría yo destruir la pureza y la simplicidad de tal encuentro por poner todo junto en una batidora?
* * *
Uno podría escribir la historia del mundo moderno como una transición del lenguaje exclusivo al inclusivo.
Del amor a las matemáticas...
Kepler nació en 1571 y murió en 1630.
Galileo nació en 1564 y murió en 1642.
Ellos se movieron en el mismo mundo; pero vivieron en universos diferentes.
Recuerdo lo que dice Thomas Mann, en José en Egipto:
El mundo tiene muchos centros,
uno para cada ser creado,
y cada uno yace en su propio círculo.
Tú te encuentras muy cerca de mí,
aunque yaces en un universo cuyo centro
no soy yo sino tú.
Kepler amaba la sensualidad concreta del universo. Si el hubiera podido, habría hecho el amor con las estrellas. Pero como no era posible, se contentó sólo con escuchar la música mágica y mística que cantan los cuerpos celestiales, el himno de Dios, en coro. Usó las matemáticas con el fin de llegar al éxtasis de la armonía. Esto explica el título de su gran obra, Harmonice Mundi, algo que pertenece a la biblioteca de los músicos... La astronomía hizo a su cuerpo temblar.
Pero él era ciudadano de un mundo moribundo.
Galileo, por el contrario, era el profeta de lo que estaba naciendo: la ciencia: se hallaba en el frío silencio de la vaciedad universal de las fórmulas matemáticas.
Todo: un lenguaje que incluye todo (every-body), cada-cosa (every/thing). Pero para que todo (every/body) y cada-cosa sea incluida debe ser disuelta primero en la gran batidora. Así se convierten en nadie (no/body), en nada (no/thing). Esta es la mentira de la inclusividad: cuando se dice todo, lo que realmente se dice es su contrario...
Siempre: Todos los momentos... Sin ritmo, sin música, sin pausa, sin ausencia, sin espera, sin hambre, sin oración, sin vida... Cada momento es como todos los demás: no más tazas mágicas, llenas hasta el tope con vino o veneno. Conchas vacías: adentro, vacío, forma, pura abstracción. La diferencia desaparece: "Todo esto te daré..." "Un asunto obtuso, sin sonido, sin esencia, sin color; meramente el estruendo de materia interminable, sin significado" (Whitehead). Leyes científicas: el último horizonte de la inclusividad...
María, Elizabeth, Juan y Pedro: son todos diferentes historias, diferentes poemas, diferentes sueños... Si estoy enamorado de uno de ellos, entonces su nombre se vuelve sagrado, una oración. No puedo cambiar este nombre por cualquier otro: no puedo decir María o Pedro. La o es la marca de la indiferencia, de la mismidad. No puedo decir María y Pedro tampoco. La y es la marca de la adición. Pero si estoy enamorado de María, Pedro no se agrega: está fuera, lo estropea, rompe la magia... Pero sucede que todos ellos son secretarios: realizan la misma función. Sus cuerpos fueron entrenados como partes de una máquina. Y yo, como sociólogo, podría hablar acerca de ellos al mismo tiempo, a causa de su identidad funcional: María o Elizabeth o Juan o Pedro. ¿A quién vas a contratar? No importa. Son todos lo mismo: funcionan de la misma manera. María y Elizabeth y Juan y Pedro: y así podrían agregarse todos los secretarios del mundo: la ciencia sobre ellos permanece igual... Él y Ella, Él o Ella: esta forma de hablar anuncia el fin del amor y el triunfo de la función.
* * *
El marxismo es una crítica del lenguaje inclusivo del capitalismo.
Es extraño hablar del capitalismo como una forma de lenguaje -yo conozco esto. Pero el lenguaje tiene un poder mágico. Las matemáticas le dan a la física el poder para crear un mundo: de ahí nació la bomba atómica: E = mc2. El dinero es el diccionario del capitalismo. Y la forma en que lo usamos revela su gramática. Las matemáticas son a la física lo que el dinero al capitalismo. En ambos casos triunfa el lenguaje inclusivo.
Tengo un violín, un martillo y una manzana.
Si deseo música, tomo el violín.
Si quiero pegar un clavo en la pared, tomo el martillo.
Si tengo hambre, me como una manzana.
El violín, el martillo, la manzana: no son intercambiables. Se relacionan con deseos diferentes. Tienen "valores de cambio" precisos, como dicen los marxistas. Son extensiones de mi cuerpo. Y mi cuerpo es muy selectivo, muy exclusivo cuando sus deseos están en juego.
Cuando escucho la "Chaconne" de Bach, interpretada por Heifetz, el mundo se detiene. Me olvido incluso del clavo y de mi hambre. La manzana, en su turno, cosquillea mi interior con sabores otoñales, y me dejo capturar por los recuerdos de las hojas, rojas y amarillas, la naturaleza diciéndole adiós a la vida. Pero ahora quiero colgar este cartel sobre la pared y el violín y la manzana no me sirven, el martillo sí.
Cuando los deseos y la vida están en juego, mi cuerpo se mueve de acuerdo a la lógica de los palillos chinos: selección, exclusión.
El hecho económico, sin embargo, es que ellos son intercambiables: 50 manzanas por 1 martillo, 200 martillos por 1 violín, 10,000 manzanas por 1 violín.
Como la sustancia del deseo, los violines, las manzanas y los martillos son únicos y no pueden ser intercambiados. El engaño puede llevarse a cabo sólo si la sustancia es transformada de algún modo en función.
El dinero es el lenguaje mágico que lo consigue: vacía a todas las cosas de su "valor de uso", despojándolas de sus cualidades sensuales y transformándolas en comodidades. El capitalismo, verdaderamente, no sabe nada acerca de violines, martillos y manzanas. Sólo le importa el dinero.
Si alguien va a invertir en el mercado de la madera. ¿Dónde colocará su dinero? ¿En violines, martillos, manzanas (o rifles)? Esto no viene al caso. Cuando se juega el juego de la ganancia se tiene que olvidar uno de estas cosas: si son hermosas, si son buenas para vivir... Lo que importa es el lucro: este es el único mensaje que se puede hallar en la lógica de este sistema lingüístico llamado capitalismo. El dinero, pura abstracción, que lo incluye todo, incluso la muerte y la guerra: ellos son buenos para invertir y ganar.
* * *
El lenguaje militar también es inclusivo.
Los soldados son todos iguales: funciones.
Cierto, hay generales y sargentos.
Aun las funciones tienen diferencias de grado.
Las bombillas eléctricas: 60 watts, 120 watts.
Los billetes: 10,000, 20, 1...
¿Un general: 10,000 dólares? ¿Un sargento: 20?
Todo se hace abstracto en este mundo dominado por la muerte. En la muerte todas las diferencias desaparecen, ustedes saben...
El teniente Calley (¿recuerdan My Lai...?). Él nunca usó la palabra "matar", porque es exclusiva: uno ve rostros, escucha los gemidos de dolor. Él usaba "borrar" (waste) en su lugar. El ejército ha descubierto que esta palabra es mucho más efectiva: más inclusiva y abstracta. No produce sentimientos sino que indica simplemente una función limpiadora por realizarse.
¿Existe algo más inclusivo que el holocausto nuclear como el que se está preparando? Los que lo planearon nunca pensaron en rostros. Rostros = heces = basura = excremento universal. En vez de rostros, hay solamente figuras universales/vacías...
La tumba del Soldado Desconocido: el culto a la abstracción: los sin nombre, sin rostro, es todo... La muerte es siempre así: inclusiva y anónima, el culto de la muerte: locura.
Eros es siempre exclusivo. Desea un objeto concreto, aquél que trae gozo, breve no obstante: un poema, un jardín, una casa, un cuerpo, un recuerdo...
Thánatos siempre es inclusivo. Incluye con el fin de disolver: así intenta meter a la vida en la gran mezcladora: la inclusión parece ser el método del más grande poder, la vida eterna, cercana a los dioses... Razón pura...
* * *
¿Cómo hablaremos acerca de Dios?
Todo depende del ritmo de la vida,
del misterio del deseo,
del secreto anhelo que habita en las escondidas
entrañas de mi cuerpo...
Este es el secreto de la Encarnación: a veces...
A veces un hombre,
a veces una mujer,
a veces un niño,
a veces el viento,
a veces el arco iris,
a veces el pan y el vino:
burbujas que emergen de las profundidades de mi mar sin palabras.
Es extraño: nosotros los protestantes les tememos a las metáforas femeninas. Los católicos son más afortunados: ellos tienen a la Pietá...
Mi lengua, el portugués, es graciosa: en ella no existe el neutro (it). Todo es masculino o femenino.
La noche, la brisa, El día, los vientos,
nubes y montañas, cielos y abismos,
árboles y fuentes, arbustos y ríos,
luz y oscuridad, sonrisa y temor,
canciones y nostalgias, poemas y besos,
son todos femeninos. son todos masculinos.
Yo defraudo al ascetismo del lenguaje protestante al usar estos nombres. Dios viene a mí o yo voy a ella en las metáforas de la brisa, de la tormenta, de las montañas, de los ríos. Y por la magia de las palabras que vienen de mis deseos, mi mundo asume una sonrisa femenina o un toque masculino, en su absoluta exclusividad. Ustedes saben: un poema siempre es exclusivo.
¿Politeísmo? ¿Divinización de la naturaleza?
No se espanten. Dios es un misterio. Los nombres que uso para Dios, son los nombres de mis deseos. La religión, ese "solemne desvelamiento de nuestros tesoros escondidos, la revelación de nuestros pensamientos íntimos, la confesión abierta de nuestros amores secretos..." (Feuerbach).
Sí, yo sé: el it es mucho más inclusivo. Pero esto es precisamente lo que evita el amor. El it incluye debido a que borra las diferencias: para que uno entre a su mundo tiene que arrancarse sus genitales primero y prohibir sus deseos. It: un árbol desnudo y estéril: bajo su sombra no se pueden encontrar un hombre y una mujer. En ese sitio inclusivo no hay varón ni mujer, sólo la mismidad de las funciones idénticas.
¿Qué diferencia a un hombre? ¿Qué a una mujer?
La sexualidad no consiste en accidentes anatómicos de nuestro cuerpo; proceden del misterio del deseo. Es mi deseo lo que revela mi secreto.
Dios: hemos aprendido a llamarlo Padre, un nombre masculino.
Él, Padre: me pregunto si estas palabras son realmente masculinas, si están llenas de deseos masculinos... ¿Contienen la Ausencia delo femenino? Si no, no son del todo masculinas: conchas vacías, una forma disfrazada del it. No es sexismo, sino asexismo, lo cual es mucho más irremediable.
Hay indiferencia e impotencia en estas conchas vacías: un hombre que no desea más: un eunuco... Existen palabras que son anatómicamente masculinas pero están desprovistas de deseos masculinos: son impotentes para invocar, impotentes para provocar: el deseo ha sido asesinado. Pero permanecen como capullos, aun cuando las mariposas hayan volado lejos...
Él, Padre:
capullos vacíos, máscaras donde se esconde el it.
Dios no será deseado como la Pietá: esto es lo que me ha dicho, desde su máscara masculina, el it.
Pero ¿por qué hemos de temer nuestros deseos femeninos? Nuestro silencio acerca de lo femenino en Dios es un silencio sobre lo femenino en nosotros mismos.
La sexualidad no tenía que ver con la diferencia.
Mujer y hombre: objetos diferentes del deseo: Pietá y David, madre y padre. Pero, como les dije, hay un ritmo en el deseo (y paciencia): no puedo cantar dos canciones al mismo tiempo...
Pero esta diferencia que atañe al deseo podría ser reducida a la mismidad:
es lo que el lenguaje inclusivo de la ciencia le hizo a la variedad infinita de la vida;
es lo que el lenguaje inclusivo de la economía le hizo a las manzanas, los violines, los martillos, los rifles, los venenos, los cigarrillos;
es lo que el lenguaje inclusivo de la guerra le ha hecho a todos los seres humanos.
Hombre y mujer:
¿cómo puede negarse su diferencia?
¿cómo pueden ser destruidos como objetos de amor?
¿cómo pueden ser capturados por la magia diabólica del it?
Él y Ella: uno ha olvidado el nombre de su deseo. Canto dos canciones al mismo tiempo... Pero, ¿no es un sonido divertido?
Él o Ella: no hay diferencia: son funcionalmente lo mismo. El hombre no sabe ya el nombre de la Ausencia que habita en su corazón. Igual la mujer...
En ambos casos la mujer y el hombre están perdidos; la asexualidad triunfa.
Ser capaces de nombrar nuestros deseos olvidados,
no avergonzarse de su exclusividad:
este nombre, el nombre de nuestra verdad, en ese momento...
Cantar: "A veces me siento como un niño sin madre",
si anhelo a la Pietá...
Cantar: "A veces me siento como un niño sin padre",
si anhelo un rostro masculino fuerte y tierno...
Ser capaces de nombrar nuestros deseos olvidados: este es el principio de la verdad,
el comienzo de cada batalla, el comienzo de la salvación...
¿Y qué deseos pueden ser más profundos que esos dos, expresados en estos dos
nombres?
Padre,
Madre,
Hombre,
Mujer...
A veces me siento...
A veces me siento como un niño sin madre...
Soplan en una dirección, después soplarán en otra...
A veces, las canciones maternales...
A veces, las historias paternas...
A veces, los rostros de niños...
A veces, la sonrisa de los amigos...
Para todo hay tiempo:
tiempo de nacer y tiempo de morir,
tiempo de plantar y tiempo de arrancar,
tiempo de matar y tiempo de sanar...
Aun las palabras tienen su tiempo (excepto aquellas inclusivas y quieren ser omnipresentes):
las palabras exclusivas le pertenecen al tiempo del anhelo, del cuerpo, al de los poemas y la oración;
las palabras inclusivas pertenecen al tiempo helado de la intemporalidad, donde el deseo ha desertado del cuerpo que se ha vuelto hielo y ceniza...
* * *
El amor siempre es exclusivo. Y también las palabras que lo expresan: poemas, oraciones, nombres. Los demonios, sin embargo, tienen nombres inclusivos: "Legión..."
El amor siempre es exclusivo porque es algo vital: placer y dolor, mi cuerpo en la absoluta exclusividad de su momento.
Los dentistas hablan inclusivamente de los dolores de muelas. Pero mi dolor es absolutamente particular, que excluye todos los demás, es el centro de mi mundo.
Los militares hablan inclusivamente acerca de los soldados asesinados en la guerra. Los rostros se vuelven números. Pero mi hijo es mi hijo... Aún conservo su osito Teddy, de cuando era bebé...
El amor canta para lo concreto: ese árbol, esa canción, ese rostro, esa casa, ese paisaje. Y cuando el amor encuentra el objeto de su deseo, olvida todo lo demás (aunque sólo sea por un momento). Otros objetos pueden ser llamados e incluidos, cuando llega su tiempo.
El poder, por el contrario, siempre es inclusivo. El deseo de dominar nunca se satisface con algo; ambiciona todo, siempre. Nada (no/thing) queda fuera de su anillo de hierro: todas las mujeres, todos los hombres, él y ella, ellos, todos los compradores, todos los soldados, todos los enemigos.
El poder tiene un proyecto totalitario: quiere dominar todo. Es porque odia las diferencias y desea abolirlas. Hay torres, alfiles, caballos, peones: pero todos bailan de acuerdo a la misma e inclusiva melodía.
El amor tiene que ver con la búsqueda, con el cuidado, el abrazo, el dejarse ir... El objeto permanece.
El poder es una boca omnívora que todo lo quiere morder, devorar, destruir, asimilar. Asimilar: hacerlo similar a uno. Para hacer algo similar a uno hay que destruirlo primero. La variedad exclusiva de los objetos de amor es transformada en la igualdad inclusiva de la masa asimilada.
La incapacidad para convivir con la diferencia es el signo de Thánatos, la muerte. Hay que ver la lógica de los establecimientos militares: sin diferencia por fuera ni por dentro.
"¡Fuego!": los dedos jalan los gatillos.
"¡Marchen!": los cuerpos comienzan a marchar.
Órdenes inclusivas, obediencia inclusiva.
¿Qué sucede cuando alguien se rehusa a obedecer?
Pregúntenle a Hungría y Checoslovaquia,
a Salvador Allende y a Nicaragua...
Mi cuerpo no sabe nada de la comida en general.
Todo depende de hacia dónde sopla el viento...
Si deseo sidra de manzana, mi deseo es totalmente diferente al tuyo. En mi país no existe el otoño, y es algo que amo. Muchos recuerdos: cielos azules, la brisa vigorosa, helada, yo era joven, hijos pequeños, la nostalgia que llega con las tardes, los colores de las hojas. Y, en una granja específica (exclusiva, ¡aún la veo!), manzanas en el campo, por todas partes, un bello recuerdo, parte de mi cuerpo, que no puedo perder. Y no permitiré que se pierda en la inclusividad de las experiencias otoñales en general. Tú sabes, soy un ser particular, no una entidad general. Los Generales son generales... La ganancia en expansión podría significar la pérdida de la vida. Sólo la muerte es totalmente inclusiva: la oscuridad donde desaparecen todas las diferencias.
Mi cuerpo ignora también todo sobre la música en general.
Hay momentos en los que me siento arrullado por las viejas canciones gospel. En otras ocasiones entro al extraño y místico mundo de Boulez, donde la música se vuelve escultura, como si los objetos pudieran estar hechos con sonidos. Pero entonces el viento sopla en otra dirección y me atrapan las variaciones Goldberg de Bach.
Cada uno en su tiempo. Solitario. Exclusivo. Sé muy bien que un popurrí sería más inclusivo. ¿Pero qué le sucedería a la pureza del momento? "La pureza de corazón es desear una sola cosa" (Kierkegaard): ¿Recuerdan? Y yo no sería sincero con el deseo de mi cuerpo, en ese momento: la música no sería una oración.
El amor demanda pureza. Rechaza aquellas masas inclusivas que uno consigue al agregar una cosa a otra: papayas y naranjas y plátanos y manzanas y fresas y duraznos y mangos. La y es el fin (and, end): un mezclador que destruye cada cosa. ¿Podría un mango ser comparado con una fresa? Sólo si uno no se ha subido a un árbol de mangos o nunca ha oído la historia zen acerca de la fresa roja, en el muro del abismo. Los recuerdos del mango no tienen nada que ver con las de la fresa. Las masas inclusivas sólo son buenas para la gente que se ha olvidado de los jardines y los huertos, de sus olores, de los pájaros, de las abejas. ¿Se pueden mezclar las flores?
Cada elección en un menú es un acto de amor.
Cuando alguien nombra un platillo es porque su cuerpo ha sido seducido por él. Y ese nombre es exclusivo. Todos los demás se quedan en silencio: uno necesita ese platillo y no otro. Ninguna comida es inclusiva. A menos que usted ponga un poco de todo en la mezcladora y se coma la masa...
El amor usa palillos chinos: elección, selección, una a la vez, exclusión, objetos precisos.
Amo la Pietá de Miguel Angel. No sé por qué. Quizá porque anhelo una madre-amante, como Edipo, un cuerpo femenino que no preguntaría todo por mí, grávida de ternura aún si yo estuviera muerto. Miro a la Pietá: el mundo, por un momento, se detiene. Todo, en ese momento de amor, es excluido. Sus nombres expresan la verdad de ese sagrado momento mío.
Pero también amo el David de Miguel Ángel. Por razones totalmente distintas. Envidia: juventud, fortaleza, pureza, nada que esconder. Me gustaría ser como él.
La Pietá es una metáfora de cómo me gustaría que fuera el mundo: como una madre-amante. El David es una metáfora de cómo me gustaría ser. Cuando estoy enamorado de la Pietá me olvido del David, como cuando estoy enamorado del mundo pierdo la conciencia de mí mismo. Y cuando estoy enamorado del David, me olvido de la Pietá. El mundo se hunde en una especie de crepúsculo. Soy Narciso, aunque pido disculpas por la belleza que no tengo.
¿No sería maravilloso que pudiera tener las dos cosas al mismo tiempo? La Pietá y el David, ella y él... Y: mezcladoras. Ellas producen aquellas imágenes inclusivas, confusas, las cuales es imposible amar. La y es un síntoma de la enfermedad del deseo: no sabe a qué nombre llamar... Las y no agregan. La experiencia no se enriquece. Sombras sobrepuestas: una belleza sensual que fue asesinada por la abstracción.
Lo que más puede mover a la exclusividad, lo que más puede introducir al mundo sagrado del Tú: la Encarnación.
Lo que más puede mover a la inclusividad, lo que más puede introducir al mundo de lo neutro: la Abstracción.
El encuentro siempre es exclusivo.
Qué hermosa eres,
amiga mía,
oh, qué hermosa:
tus ojos son como palomas...
Alguien escucha, alguien siente.
La distancia y la manipulación siempre son inclusivas: son neutras, "ellos", los soldados, los trabajadores, hombres y mujeres perdidos en la multitud...
La oración y la poesía siempre son exclusivas. Son momentos como ningunos: únicos, irrepetibles.
Pero hay lenguajes que son como batidoras. Todo lo que es único e irrepetible desaparece. Son los lenguajes de la ciencia, de la economía, de la guerra.
Esta es la razón por la que el Dios conocido por medio del lenguaje de la oración/poesía no es el que se conoce a través del lenguaje de la ciencia, aun cuando el lenguaje de la ciencia se llame a sí mismo teología.
El Dios de la oración/poesía habita en mis deseos y ocupa los nombres de ellos:
A veces, cuando el niño sin madre llora dentro de mí, Madre...
A veces, cuando el niño quiere jugar, Padre...
Cuando anhelo una Madre, Dios es Ella, sólo Ella. Cualquier y agregada a ella sería el fin de mi nostalgia.
Cuando deseo un Padre, Dios es Él, sólo Él: este es el nombre de mi nostalgia, en ese preciso momento...
Si Dios no es llamado por el nombre de nuestra nostalgia más profunda, no hay respuesta. El nombre proferido sin pasión sería una mentira, una blasfemia...
Yo sé... Los filósofos y los teólogos frecuentemente se sienten desconcertados con las palabras de los poetas. No saben qué hacer con ellas. Dicen que están más allá de la verdad, y la verdad (como todos saben) debe ser universal. Y no hay nada más lejos de la universalidad que incluye todo, que un poema: la verdad del deseo, el cuerpo que se hace palabra, palabras en busca de cuerpos. Recuerdo a Kant. Él también amaba la universalidad y la inclusividad. De ahí su desprecio por el placer y la inclinación de su moral. ¿Hay algo más vacío, más inclusivo y más represivo que su imperativo categórico?
En vez de "a veces" el nombre del Padre,
"a veces" el nombre de la Madre,
los dos todo el tiempo.
El Padre no sentiría el dolor de ser olvidado, cuando sea llamada la Madre;
y la Madre no se sentiría discriminada de nuevo, cuando es proferido el nombre del Padre.
Mi cerebro comprende el argumento.
Pero mi cuerpo es obstinado.
Va con el latido, da vueltas con el viento, baila, a merced de las nostalgias que yacen dormidas dentro del misterio de su carne...
A veces Bach, a veces Boulez,
a veces recuerdos de mango, a veces de fresa,
a veces la palabra, a veces el silencio,
a veces soy grande y abarco el mundo,
a veces soy pequeño y quiero esconderme dentro de una gota de lluvia,
a veces el deseo de las Ausencias sugeridas por la metáfora Mujer,
a veces los ecos lejanos que uno escucha cuando se pronuncia el nombre del Hombre...
Dios, muchos nombres, los nombres de mis deseos...
¿Cómo podría yo destruir la pureza y la simplicidad de tal encuentro por poner todo junto en una batidora?
* * *
Uno podría escribir la historia del mundo moderno como una transición del lenguaje exclusivo al inclusivo.
Del amor a las matemáticas...
Kepler nació en 1571 y murió en 1630.
Galileo nació en 1564 y murió en 1642.
Ellos se movieron en el mismo mundo; pero vivieron en universos diferentes.
Recuerdo lo que dice Thomas Mann, en José en Egipto:
El mundo tiene muchos centros,
uno para cada ser creado,
y cada uno yace en su propio círculo.
Tú te encuentras muy cerca de mí,
aunque yaces en un universo cuyo centro
no soy yo sino tú.
Kepler amaba la sensualidad concreta del universo. Si el hubiera podido, habría hecho el amor con las estrellas. Pero como no era posible, se contentó sólo con escuchar la música mágica y mística que cantan los cuerpos celestiales, el himno de Dios, en coro. Usó las matemáticas con el fin de llegar al éxtasis de la armonía. Esto explica el título de su gran obra, Harmonice Mundi, algo que pertenece a la biblioteca de los músicos... La astronomía hizo a su cuerpo temblar.
Pero él era ciudadano de un mundo moribundo.
Galileo, por el contrario, era el profeta de lo que estaba naciendo: la ciencia: se hallaba en el frío silencio de la vaciedad universal de las fórmulas matemáticas.
Todo: un lenguaje que incluye todo (every-body), cada-cosa (every/thing). Pero para que todo (every/body) y cada-cosa sea incluida debe ser disuelta primero en la gran batidora. Así se convierten en nadie (no/body), en nada (no/thing). Esta es la mentira de la inclusividad: cuando se dice todo, lo que realmente se dice es su contrario...
Siempre: Todos los momentos... Sin ritmo, sin música, sin pausa, sin ausencia, sin espera, sin hambre, sin oración, sin vida... Cada momento es como todos los demás: no más tazas mágicas, llenas hasta el tope con vino o veneno. Conchas vacías: adentro, vacío, forma, pura abstracción. La diferencia desaparece: "Todo esto te daré..." "Un asunto obtuso, sin sonido, sin esencia, sin color; meramente el estruendo de materia interminable, sin significado" (Whitehead). Leyes científicas: el último horizonte de la inclusividad...
María, Elizabeth, Juan y Pedro: son todos diferentes historias, diferentes poemas, diferentes sueños... Si estoy enamorado de uno de ellos, entonces su nombre se vuelve sagrado, una oración. No puedo cambiar este nombre por cualquier otro: no puedo decir María o Pedro. La o es la marca de la indiferencia, de la mismidad. No puedo decir María y Pedro tampoco. La y es la marca de la adición. Pero si estoy enamorado de María, Pedro no se agrega: está fuera, lo estropea, rompe la magia... Pero sucede que todos ellos son secretarios: realizan la misma función. Sus cuerpos fueron entrenados como partes de una máquina. Y yo, como sociólogo, podría hablar acerca de ellos al mismo tiempo, a causa de su identidad funcional: María o Elizabeth o Juan o Pedro. ¿A quién vas a contratar? No importa. Son todos lo mismo: funcionan de la misma manera. María y Elizabeth y Juan y Pedro: y así podrían agregarse todos los secretarios del mundo: la ciencia sobre ellos permanece igual... Él y Ella, Él o Ella: esta forma de hablar anuncia el fin del amor y el triunfo de la función.
* * *
El marxismo es una crítica del lenguaje inclusivo del capitalismo.
Es extraño hablar del capitalismo como una forma de lenguaje -yo conozco esto. Pero el lenguaje tiene un poder mágico. Las matemáticas le dan a la física el poder para crear un mundo: de ahí nació la bomba atómica: E = mc2. El dinero es el diccionario del capitalismo. Y la forma en que lo usamos revela su gramática. Las matemáticas son a la física lo que el dinero al capitalismo. En ambos casos triunfa el lenguaje inclusivo.
Tengo un violín, un martillo y una manzana.
Si deseo música, tomo el violín.
Si quiero pegar un clavo en la pared, tomo el martillo.
Si tengo hambre, me como una manzana.
El violín, el martillo, la manzana: no son intercambiables. Se relacionan con deseos diferentes. Tienen "valores de cambio" precisos, como dicen los marxistas. Son extensiones de mi cuerpo. Y mi cuerpo es muy selectivo, muy exclusivo cuando sus deseos están en juego.
Cuando escucho la "Chaconne" de Bach, interpretada por Heifetz, el mundo se detiene. Me olvido incluso del clavo y de mi hambre. La manzana, en su turno, cosquillea mi interior con sabores otoñales, y me dejo capturar por los recuerdos de las hojas, rojas y amarillas, la naturaleza diciéndole adiós a la vida. Pero ahora quiero colgar este cartel sobre la pared y el violín y la manzana no me sirven, el martillo sí.
Cuando los deseos y la vida están en juego, mi cuerpo se mueve de acuerdo a la lógica de los palillos chinos: selección, exclusión.
El hecho económico, sin embargo, es que ellos son intercambiables: 50 manzanas por 1 martillo, 200 martillos por 1 violín, 10,000 manzanas por 1 violín.
Como la sustancia del deseo, los violines, las manzanas y los martillos son únicos y no pueden ser intercambiados. El engaño puede llevarse a cabo sólo si la sustancia es transformada de algún modo en función.
El dinero es el lenguaje mágico que lo consigue: vacía a todas las cosas de su "valor de uso", despojándolas de sus cualidades sensuales y transformándolas en comodidades. El capitalismo, verdaderamente, no sabe nada acerca de violines, martillos y manzanas. Sólo le importa el dinero.
Si alguien va a invertir en el mercado de la madera. ¿Dónde colocará su dinero? ¿En violines, martillos, manzanas (o rifles)? Esto no viene al caso. Cuando se juega el juego de la ganancia se tiene que olvidar uno de estas cosas: si son hermosas, si son buenas para vivir... Lo que importa es el lucro: este es el único mensaje que se puede hallar en la lógica de este sistema lingüístico llamado capitalismo. El dinero, pura abstracción, que lo incluye todo, incluso la muerte y la guerra: ellos son buenos para invertir y ganar.
* * *
El lenguaje militar también es inclusivo.
Los soldados son todos iguales: funciones.
Cierto, hay generales y sargentos.
Aun las funciones tienen diferencias de grado.
Las bombillas eléctricas: 60 watts, 120 watts.
Los billetes: 10,000, 20, 1...
¿Un general: 10,000 dólares? ¿Un sargento: 20?
Todo se hace abstracto en este mundo dominado por la muerte. En la muerte todas las diferencias desaparecen, ustedes saben...
El teniente Calley (¿recuerdan My Lai...?). Él nunca usó la palabra "matar", porque es exclusiva: uno ve rostros, escucha los gemidos de dolor. Él usaba "borrar" (waste) en su lugar. El ejército ha descubierto que esta palabra es mucho más efectiva: más inclusiva y abstracta. No produce sentimientos sino que indica simplemente una función limpiadora por realizarse.
¿Existe algo más inclusivo que el holocausto nuclear como el que se está preparando? Los que lo planearon nunca pensaron en rostros. Rostros = heces = basura = excremento universal. En vez de rostros, hay solamente figuras universales/vacías...
La tumba del Soldado Desconocido: el culto a la abstracción: los sin nombre, sin rostro, es todo... La muerte es siempre así: inclusiva y anónima, el culto de la muerte: locura.
Eros es siempre exclusivo. Desea un objeto concreto, aquél que trae gozo, breve no obstante: un poema, un jardín, una casa, un cuerpo, un recuerdo...
Thánatos siempre es inclusivo. Incluye con el fin de disolver: así intenta meter a la vida en la gran mezcladora: la inclusión parece ser el método del más grande poder, la vida eterna, cercana a los dioses... Razón pura...
* * *
¿Cómo hablaremos acerca de Dios?
Todo depende del ritmo de la vida,
del misterio del deseo,
del secreto anhelo que habita en las escondidas
entrañas de mi cuerpo...
Este es el secreto de la Encarnación: a veces...
A veces un hombre,
a veces una mujer,
a veces un niño,
a veces el viento,
a veces el arco iris,
a veces el pan y el vino:
burbujas que emergen de las profundidades de mi mar sin palabras.
Es extraño: nosotros los protestantes les tememos a las metáforas femeninas. Los católicos son más afortunados: ellos tienen a la Pietá...
Mi lengua, el portugués, es graciosa: en ella no existe el neutro (it). Todo es masculino o femenino.
La noche, la brisa, El día, los vientos,
nubes y montañas, cielos y abismos,
árboles y fuentes, arbustos y ríos,
luz y oscuridad, sonrisa y temor,
canciones y nostalgias, poemas y besos,
son todos femeninos. son todos masculinos.
Yo defraudo al ascetismo del lenguaje protestante al usar estos nombres. Dios viene a mí o yo voy a ella en las metáforas de la brisa, de la tormenta, de las montañas, de los ríos. Y por la magia de las palabras que vienen de mis deseos, mi mundo asume una sonrisa femenina o un toque masculino, en su absoluta exclusividad. Ustedes saben: un poema siempre es exclusivo.
¿Politeísmo? ¿Divinización de la naturaleza?
No se espanten. Dios es un misterio. Los nombres que uso para Dios, son los nombres de mis deseos. La religión, ese "solemne desvelamiento de nuestros tesoros escondidos, la revelación de nuestros pensamientos íntimos, la confesión abierta de nuestros amores secretos..." (Feuerbach).
Sí, yo sé: el it es mucho más inclusivo. Pero esto es precisamente lo que evita el amor. El it incluye debido a que borra las diferencias: para que uno entre a su mundo tiene que arrancarse sus genitales primero y prohibir sus deseos. It: un árbol desnudo y estéril: bajo su sombra no se pueden encontrar un hombre y una mujer. En ese sitio inclusivo no hay varón ni mujer, sólo la mismidad de las funciones idénticas.
¿Qué diferencia a un hombre? ¿Qué a una mujer?
La sexualidad no consiste en accidentes anatómicos de nuestro cuerpo; proceden del misterio del deseo. Es mi deseo lo que revela mi secreto.
Dios: hemos aprendido a llamarlo Padre, un nombre masculino.
Él, Padre: me pregunto si estas palabras son realmente masculinas, si están llenas de deseos masculinos... ¿Contienen la Ausencia delo femenino? Si no, no son del todo masculinas: conchas vacías, una forma disfrazada del it. No es sexismo, sino asexismo, lo cual es mucho más irremediable.
Hay indiferencia e impotencia en estas conchas vacías: un hombre que no desea más: un eunuco... Existen palabras que son anatómicamente masculinas pero están desprovistas de deseos masculinos: son impotentes para invocar, impotentes para provocar: el deseo ha sido asesinado. Pero permanecen como capullos, aun cuando las mariposas hayan volado lejos...
Él, Padre:
capullos vacíos, máscaras donde se esconde el it.
Dios no será deseado como la Pietá: esto es lo que me ha dicho, desde su máscara masculina, el it.
Pero ¿por qué hemos de temer nuestros deseos femeninos? Nuestro silencio acerca de lo femenino en Dios es un silencio sobre lo femenino en nosotros mismos.
La sexualidad no tenía que ver con la diferencia.
Mujer y hombre: objetos diferentes del deseo: Pietá y David, madre y padre. Pero, como les dije, hay un ritmo en el deseo (y paciencia): no puedo cantar dos canciones al mismo tiempo...
Pero esta diferencia que atañe al deseo podría ser reducida a la mismidad:
es lo que el lenguaje inclusivo de la ciencia le hizo a la variedad infinita de la vida;
es lo que el lenguaje inclusivo de la economía le hizo a las manzanas, los violines, los martillos, los rifles, los venenos, los cigarrillos;
es lo que el lenguaje inclusivo de la guerra le ha hecho a todos los seres humanos.
Hombre y mujer:
¿cómo puede negarse su diferencia?
¿cómo pueden ser destruidos como objetos de amor?
¿cómo pueden ser capturados por la magia diabólica del it?
Él y Ella: uno ha olvidado el nombre de su deseo. Canto dos canciones al mismo tiempo... Pero, ¿no es un sonido divertido?
Él o Ella: no hay diferencia: son funcionalmente lo mismo. El hombre no sabe ya el nombre de la Ausencia que habita en su corazón. Igual la mujer...
En ambos casos la mujer y el hombre están perdidos; la asexualidad triunfa.
Ser capaces de nombrar nuestros deseos olvidados,
no avergonzarse de su exclusividad:
este nombre, el nombre de nuestra verdad, en ese momento...
Cantar: "A veces me siento como un niño sin madre",
si anhelo a la Pietá...
Cantar: "A veces me siento como un niño sin padre",
si anhelo un rostro masculino fuerte y tierno...
Ser capaces de nombrar nuestros deseos olvidados: este es el principio de la verdad,
el comienzo de cada batalla, el comienzo de la salvación...
¿Y qué deseos pueden ser más profundos que esos dos, expresados en estos dos
nombres?
Padre,
Madre,
Hombre,
Mujer...
A veces me siento...
A veces me siento como un niño sin madre...
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