Tempo e Presença, núm. 224, octubre de 1987, pp. 26-27.
Versión de L. Cervantes-Ortiz
Versión de L. Cervantes-Ortiz
En su maravilloso libro sobre fotografía, Barthes dice que cada foto es siempre fotografía de la muerte: allí, fijadas en el papel por la física de la luz y por la química de la cinta, están las imágenes de un tiempo que pasó. Será preciso que aquella cosa muerta evoque sentimientos adormecidos para que la vida acontezca. No lo que pasó, sino aquello que siento al contemplar de nuevo lo que ya no existe. También los velorios son una especie de vida...
Me acuerdo de esto al pensar en mi primer libro que después de 18 años aparece en portugués. Para mí es como una foto, pegada en un álbum. Fecha: 1969. Hijo del exilio. Fui forzado a dejar el país. Miedo. Es que los triunfos militares-mesiánicos (1964 fue mesiánico: salvar a Brasil del demonio…) invitan a la aparición de delatores. La delación se vuelve una forma de hacer el amor: los insignificantes ofrecen a los triunfadores, por la delación, las pruebas de su lealtad. “Le entrego, como prueba de amor, incluso a aquel que toma conmigo el mismo sacramento…” Así fue. Furia delatora. La propia iglesia (presbiteriana) ofrecía a sus hijos al nuevo dios. Hubo un famoso documento de acusación a seis pastores, donde los cargos en contra nuestra iban desde que predicábamos que Cristo tuvo relaciones con una prostituta, hasta que recibíamos dinero de Moscú. En algún lugar ha de haber copias del mismo, con los nombres de los delatores, pastores, presbíteros…
Escribí el libro "junto a los ríos de Babilonia", lejos. Mezcla de rabia y nostalgia. Las palabras me escurrían como sangre, eran pedazos arrancados de mí. Pero lo académicos siempre tienen miedo de los líquidos y olores que pertenecen a la vida, y exigen que todo sea sumergido en formol. Mis palabras salieron sinuosas, torturadas, con el estilo negando su dolor y su esperanza. Le di un título nuevo, nunca escrito en lugar alguno: Towards a Theology of Liberation (Para una teología de la liberación). Al editor le gustó el libro, pero no el título. Le extrañó y lo bautizó con otro: A Theology of Human Hope (Una teología de la esperanza humana). Y así fue conocido.
Tal vez el equívoco haya sido bueno, porque, al pasar el tiempo, fui alejándome de lo que llegó a ser la teología de la liberación. Incluso, muchos me consideraron un desertor. Es probable, porque me parece que la teología de la liberación y los fundamentalismos clásicos son muy semejantes. Claro, dicen cosas diferentes, pero viven en el mismo mundo. Ambos están en busca de una verdad, tienen sus textos inspirados y sagrados, e invocan la autoridad de la realidad como fundamento de su lenguaje. Yo no creo en eso. Estoy convencido de que quien pretende poseer la verdad es un inquisidor en potencia. Si tengo la verdad, ¿por qué voy a escuchar a una persona que piensa distinto que yo?
La única autoridad que reconzco es la de la belleza. Creo que ella es la que hace a nuestro cuerpo temer y luchar. También el miedo puede hacer esto, y todos los inquisidores saben como manipularlo. Pero la belleza es mansa. Ella sólo reconoce el testimonio interior del alma. No soy cristiano porque creía en la autoridad de la Biblia o por la que sea. Lo soy porque me parecen bellos otros símbolos que encuentro en la tradición cristiana. Como también encuentro bellos los símbolos de diferentes tradiciones, y los uso con tanto placer como a los otros. Lo que me hace sospechar que tal vez ya no deba ser considerado cristiano. Como algunos teólogos de la liberación me excluyeron, los cristianos más tradicionales tienen todo el derecho de hacer lo mismo. Y confieso que no me importa.
Está también el gusto por la vida. Recuerdo un compañero de otro país que se levantaba a las cinco de la mañana y comenzaba a hacer gimnasia. Decía: “Estamos en guerra contra el imperialismo. Hay que estar listos…” Nunca había ido al teatro ni a la playa. La primera vez que fue al teatro, mi amigo Jether y yo lo llevamos. ¿Se imaginan lo que haría alguien así en el poder? Desprecio a las personas que no pueden interrumpir sus solemnes investigaciones mesipanicas “para ver pasar a la banda, contando cosas de amor”. La gracia exige una cierta levedad, porque la “justificación por las obras” nos vuleve serios y pesados. En el mundo de la “justificación por las obras” no hay lugar para circos, sino sólo para comités de acción revolucionaria…
Este horror al placer… Lo que me lleva a la Iglesia Católica, que tanto em fascinó y que cada vez me espanta más: tanta voluntad cuando el lenguaje es político, tan exquisita cuando el lenguaje es sobre el placer. No quiero ser liberado para seguir los tortuosos caminos en que ella aprisiona al cuerpo. ¿Salir de una represión económica externa para caer en una represión metafísico-moral interna? Cruz, cruz… Prefiero la teología de Guimarares Rosa (que cada vez me asombra más).
Cambié mucho. Confieso que no necesito de Dios para hacer teología. Cualquier teólogo se persignaría ante tal afirmación. Pero los poetas me entienden. “La nostalgia es el revés del parto. Es preparar el cuarto para el hijo que murió”. Quien tiene hijos lo sabe. Pero quien nunca tuvo… Aunque Dios no exista, delante de su Ausencia levantaré mis altares y cantaré mis poemas. Pero sé que esto parece absurdo para quienes sólo preparan el cuarto del Hijo cuando su existencia está garantizada (aunque sea invisible) o cuando se anuncia su Venida… Ustedes decidan dónde está el mayor amor.
Mi teología no necesita que Dios exista. Por ello, dejó de ser teología. Pasó a ser poesía. Ella no prueba nada, ni quiere. Solamente anuncia Ausencias, objetos hacia los cuales se inclina mi nostalgia.
Mi amigo Hugo Assmann me dijo que, releyendo este libro, percibió que sigo hablando sobre las mismas cosas. Es la pura verdad. En él ya anunciaba mis temas. Todo lo demás son “variaciones”. ¿El tema? “Como dos y dos son cuatro sé que la vida vale la pena, aunque el pan sea poco y la libertad pequeña. Como la noche carga al día sobre la flor de azucena, sé que dos y dos son cuatro, sé que la vida vale la pena…”
Renuncio a la teología. No tengo ninguna verdad que compartir, pero deposito mi cuerpo en la poesía. Es lo único que puedo ofrecer…
Me acuerdo de esto al pensar en mi primer libro que después de 18 años aparece en portugués. Para mí es como una foto, pegada en un álbum. Fecha: 1969. Hijo del exilio. Fui forzado a dejar el país. Miedo. Es que los triunfos militares-mesiánicos (1964 fue mesiánico: salvar a Brasil del demonio…) invitan a la aparición de delatores. La delación se vuelve una forma de hacer el amor: los insignificantes ofrecen a los triunfadores, por la delación, las pruebas de su lealtad. “Le entrego, como prueba de amor, incluso a aquel que toma conmigo el mismo sacramento…” Así fue. Furia delatora. La propia iglesia (presbiteriana) ofrecía a sus hijos al nuevo dios. Hubo un famoso documento de acusación a seis pastores, donde los cargos en contra nuestra iban desde que predicábamos que Cristo tuvo relaciones con una prostituta, hasta que recibíamos dinero de Moscú. En algún lugar ha de haber copias del mismo, con los nombres de los delatores, pastores, presbíteros…
Escribí el libro "junto a los ríos de Babilonia", lejos. Mezcla de rabia y nostalgia. Las palabras me escurrían como sangre, eran pedazos arrancados de mí. Pero lo académicos siempre tienen miedo de los líquidos y olores que pertenecen a la vida, y exigen que todo sea sumergido en formol. Mis palabras salieron sinuosas, torturadas, con el estilo negando su dolor y su esperanza. Le di un título nuevo, nunca escrito en lugar alguno: Towards a Theology of Liberation (Para una teología de la liberación). Al editor le gustó el libro, pero no el título. Le extrañó y lo bautizó con otro: A Theology of Human Hope (Una teología de la esperanza humana). Y así fue conocido.
Tal vez el equívoco haya sido bueno, porque, al pasar el tiempo, fui alejándome de lo que llegó a ser la teología de la liberación. Incluso, muchos me consideraron un desertor. Es probable, porque me parece que la teología de la liberación y los fundamentalismos clásicos son muy semejantes. Claro, dicen cosas diferentes, pero viven en el mismo mundo. Ambos están en busca de una verdad, tienen sus textos inspirados y sagrados, e invocan la autoridad de la realidad como fundamento de su lenguaje. Yo no creo en eso. Estoy convencido de que quien pretende poseer la verdad es un inquisidor en potencia. Si tengo la verdad, ¿por qué voy a escuchar a una persona que piensa distinto que yo?
La única autoridad que reconzco es la de la belleza. Creo que ella es la que hace a nuestro cuerpo temer y luchar. También el miedo puede hacer esto, y todos los inquisidores saben como manipularlo. Pero la belleza es mansa. Ella sólo reconoce el testimonio interior del alma. No soy cristiano porque creía en la autoridad de la Biblia o por la que sea. Lo soy porque me parecen bellos otros símbolos que encuentro en la tradición cristiana. Como también encuentro bellos los símbolos de diferentes tradiciones, y los uso con tanto placer como a los otros. Lo que me hace sospechar que tal vez ya no deba ser considerado cristiano. Como algunos teólogos de la liberación me excluyeron, los cristianos más tradicionales tienen todo el derecho de hacer lo mismo. Y confieso que no me importa.
Está también el gusto por la vida. Recuerdo un compañero de otro país que se levantaba a las cinco de la mañana y comenzaba a hacer gimnasia. Decía: “Estamos en guerra contra el imperialismo. Hay que estar listos…” Nunca había ido al teatro ni a la playa. La primera vez que fue al teatro, mi amigo Jether y yo lo llevamos. ¿Se imaginan lo que haría alguien así en el poder? Desprecio a las personas que no pueden interrumpir sus solemnes investigaciones mesipanicas “para ver pasar a la banda, contando cosas de amor”. La gracia exige una cierta levedad, porque la “justificación por las obras” nos vuleve serios y pesados. En el mundo de la “justificación por las obras” no hay lugar para circos, sino sólo para comités de acción revolucionaria…
Este horror al placer… Lo que me lleva a la Iglesia Católica, que tanto em fascinó y que cada vez me espanta más: tanta voluntad cuando el lenguaje es político, tan exquisita cuando el lenguaje es sobre el placer. No quiero ser liberado para seguir los tortuosos caminos en que ella aprisiona al cuerpo. ¿Salir de una represión económica externa para caer en una represión metafísico-moral interna? Cruz, cruz… Prefiero la teología de Guimarares Rosa (que cada vez me asombra más).
Cambié mucho. Confieso que no necesito de Dios para hacer teología. Cualquier teólogo se persignaría ante tal afirmación. Pero los poetas me entienden. “La nostalgia es el revés del parto. Es preparar el cuarto para el hijo que murió”. Quien tiene hijos lo sabe. Pero quien nunca tuvo… Aunque Dios no exista, delante de su Ausencia levantaré mis altares y cantaré mis poemas. Pero sé que esto parece absurdo para quienes sólo preparan el cuarto del Hijo cuando su existencia está garantizada (aunque sea invisible) o cuando se anuncia su Venida… Ustedes decidan dónde está el mayor amor.
Mi teología no necesita que Dios exista. Por ello, dejó de ser teología. Pasó a ser poesía. Ella no prueba nada, ni quiere. Solamente anuncia Ausencias, objetos hacia los cuales se inclina mi nostalgia.
Mi amigo Hugo Assmann me dijo que, releyendo este libro, percibió que sigo hablando sobre las mismas cosas. Es la pura verdad. En él ya anunciaba mis temas. Todo lo demás son “variaciones”. ¿El tema? “Como dos y dos son cuatro sé que la vida vale la pena, aunque el pan sea poco y la libertad pequeña. Como la noche carga al día sobre la flor de azucena, sé que dos y dos son cuatro, sé que la vida vale la pena…”
Renuncio a la teología. No tengo ninguna verdad que compartir, pero deposito mi cuerpo en la poesía. Es lo único que puedo ofrecer…
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