1 de agosto, 2014
Rubem Alves fue uno de los primeros teólogos en discutir acerca de la
centralidad del cuerpo para la fe y la existencia humana. Desde las últimas
páginas de sus tesis doctoral, en 1968, comenzó a atisbar la necesidad de
colocar ese tema en la agenda teológica latinoamericana del momento, lo que
incluso le granjeó el rechazo de algunos colegas suyos, que vieron ese interés
como una afición “burguesa” del pensador brasileño. En Hijos del mañana (1972), su
segundo libro, fruto de un curso sobre ética ofrecido en Nueva York, desarrolló
más ampliamente el tema, hasta que, en La
teología como juego (1981), expuesto en las Cátedras Carnahan en Buenos
Aires, aterriza muchas ideas y avizora una teología genuinamente corporal,
respetuosa de las más profundas necesidades humanas. Un año después, con Creo en la resurrección del cuerpo, esta
teología de la corporalidad alcanzó una amplia proyección, pues fue posible
apreciar la profunda “ortodoxia” que la había originado, aunque no había sido
bien comprendida por muchos analistas. Alves continuaría esa ruta en sus
publicaciones posteriores, aderezando sus obras continuamente con los énfasis
lúdicos, eróticos y poéticos que caracterizaría su trabajo escritural hasta su
muerte. Sus observaciones, dominadas por una recuperación del papel central del
cuerpo en la existencia, derivaron en una fresca y provocadora expresión que lo
acompañaría siempre.
La liberación del hombre no tiene nada que ver con la
negación, sino con la liberación del cuerpo de todo aquello que reprime a éste,
que le hace no ser libre para el mundo o al mundo no ser libre para el cuerpo
[...] El mesías, o sea, el poder de la libertad que libera, es
"carne". No hay lugar para un Dios que se da a sí mismo al hombre o
que opera al margen de las condiciones materiales de la vida. No hay lugar para
el templo en el jardín del edén. A Dios hay que buscarlo entre las cosas que da
al hombre.
Teología
de la esperanza humana (1968)
Observad cómo entornan los ojos las gentes cuando rezan.
No saben bien por qué, pero esos ojos semicerrados se han convertido en un
reflejo automático. Pero la razón estriba en que piensan que Dios empieza donde
acaba el cuerpo. El acto de cerrar los propios ojos significa un modo de
rechazar el cuerpo y un modo de rechazar el mundo. Íntimamente, en la esfera
más profunda del intelecto: ahí es donde se encuentra a Dios. Nietzsche tuvo
razón al afirmar despectivamente que "el santo en el que más se complace
Dios es el eunuco ideal. La vida termina allí donde el “reino de Dios”
comienza.
El cuerpo del hombre es un emigrante: sale del espacio en
el que se encontraba, el que se veía a sí mismo, y que le forzaba a una línea
de conducta adaptativa, y va por tanto en busca de otro espacio nuevo que
todavía hay que crear.
Nuestro cuerpo cultural puede desvanecerse, sin que la
vida por ello toque a su fin. Por el contrario, mediante la muerte, puede la
vida comenzar otra vez. La muerte y la resurrección pueden tener lugar. El
hombre ya es libre para abandonar presuposiciones mucho tiempo mantenidas, de
lo que en un momento dado fue cultura con significado, pero que con el tiempo
ha envejecido y se ha hecho senil. Y conforme esto sucede así, el hombre
descubre que más allá de la muerte y la desaparición, es posible el acto
creativo una vez más.
[El lenguaje bíblico] nos asegura que para que podamos
salvar la vida, el cuerpo, que se ha hecho caduco y senil ¾que ha dejado de ser instrumento
de expresión de la vida y ahora actúa para reprimirla¾ debe quedar aniquilado.
Tiene que morir. Esto es lo que le proporciona a la vida la posibilidad de
crear un cuerpo nuevo por sí mismo. Y entonces resucita con otra forma.
Hijos
del mañana (1972)
Y no me vengan con el cuento de que la preocupación por
el cuerpo es una dolencia de la pequeña-burguesía. Como si los trabajadores no
tuvieran cuerpos y sintieran dolor de dientes con los dientes de su clase
social, e hicieran el amor con los genitales de su clase social, y cometieran
suicidio con la decisión de su clase social. El cuerpo, en verdad, es la única
cosa que ellos poseen y lo tienen que arrendar.
Dios gana visibilidad y presencia en el cuerpo de
Jesucristo, en el nacimiento, en los actos, en la muerte y en la resurrección
de este cuerpo. ¿No será legítimo concluir que la manifestación de su Reino se
presentará como el triunfo del cuerpo? [...]
¿Y el lugar de la teología?
Forma parte de esta sinfonía de gemidos [Ro 8.22-23]: habla sobre Dios, que es
la confesión de una nostalgia infinita, que brota de este cuerpo tan bueno y
amigo, que puede sonreír, acariciar, plantar, tocar flauta, hacer el amor,
entregarse como holocausto por aquellos a quienes ama y también hacer teología.
Teología: poesía del cuerpo,
sobre esperanzas y nostalgias, pronunciadas como una oración.
Llegamos a la conclusión de que quien, de alguna manera
fue arañado por el gran misterio, como Jacob, conoce el terror y la fascinación
de lo sagrado, y descubre que todo lo demás no es sagrado sino juego, hacer
como si..., sacramento, aperitivo, ni divino ni demoniaco, cosas del cuerpo ¾esta burbuja de jabón tan
frágil¾ pero que amamos de todo
corazón y por cuya eternidad continuamos orando. “Creo en la resurrección del
cuerpo”. Un cuerpo que juega, merece vivir eternamente. Y descubrimos algo
curioso: que el lenguaje teológico, lenguaje del cuerpo sobre sí mismo, se ríe
de los bretes académicos en que los teólogos serios lo colocaron, voltea cercos
y va cantando por el mundo afuera, en los poemas de los poetas, en las
canciones de los cantores, en las confidencias de los amantes, en los cuentos
de los literatos, en los chistes de los humoristas y payasos, jugando siempre y
diciendo que a causa del Gran Misterio es posible reír y amar.
La
teología como juego (1981)
Para aquellos que viven en el cuerpo, una palabra es algo
que se acoge como quien toma una uva. Algo para comer y beber. Y nos quedamos
con ella por lo que ella hace con nosotros. Las cosas buenas que ella recuerda
allá en el fondo, la alegría, el cuerpo que se expande para sentir los dolores
y las esperanzas de los otros... ¿No es esto lo que hace un poema? Nos sentimos
bien allá, en el cuarto, en la noche, en el muérdago, en el llanto... Las
palabras hacen crecer nuestro cuerpo, nuestros ojos, los oídos, la nariz, la
boca... Todo queda más sensible. Olores nuevos, murmullos no escuchados,
colores y gestos, mundos submarinos que ahora se ven. Gandhi y Tagore decían
que las masas hambrientas esperan un poema, poema que es alimento... Dirán que
es magia. Esto mismo...
“Magia” (1983)
Una cuestión que posteriormente se quedó, o tornó muy
importante para mí es la cuestión del cuerpo. Comprendí, que todas las luchas
que se hacen tienen la única finalidad de hacer que el cuerpo sea feliz.
No hay absolutamente nada en
el mundo más importante que el cuerpo. Si nosotros hacemos la revolución, la
única finalidad de la revolución es permitir que los cuerpos no tengan dolor,
que los cuerpos no tengan miedo, que puedan dormir en paz, que puedan trabajar
en paz, que puedan crear el amor, que puedan tener sus hijos. Que puedan vivir
el futuro sin temores, sin angustias.
Entonces, mi pensamiento
sobre Dios se transformó realmente en un pensamiento sobre la liberación del
cuerpo. Además, para los cristianos, el más alto símbolo religioso que existe
es el símbolo de la resurrección del cuerpo. Resurrección del cuerpo significa
por lo menos dos cosas, libertad, dignidad. Son para mí los dos más altos
valores de la religión cristiana. […]
Todas las revoluciones del
mundo tienen un solo propósito: hacer que el cuerpo tenga en el mundo un sitio
amigo. […] El único propósito de cualquier revolución es la liberación de la
alegría del cuerpo. Así que, si los teólogos de la liberación no hablan del
cuerpo, yo diría que aún no han escrito el último capítulo de su teología.
“Rubem Alves
y la teología del cuerpo” [Entrevista] (1984)
Esta fue la razón por la que lo amamos y lo escuchamos.
Él habló, y cuanto más hablaba, menos lo veíamos, porque un mundo nuevo y
maravilloso se iba abriendo delante de nosotros. Él apuntaba e íbamos
reconociendo este mundo como nuestro lugar y como nuestro destino. Y así
aprendimos a ver cosas que sucedían en los contornos del cuerpo de Dios,
momentos de una gran liturgia inscrita en el cuerpo de los hombres y las
mujeres, señales del sufrimiento y de la lucha de Dios para que el universo se
transforme en eucaristía, la plenitud del cuerpo de Cristo.
“O Deus do furacão” (1985)
Aun las palabras tienen su tiempo (excepto aquellas inclusivas
que quieren ser omnipresentes):
las palabras exclusivas le pertenecen al tiempo del
anhelo, del cuerpo, al de los poemas y la oración;
las palabras inclusivas pertenecen al tiempo helado de la
intemporalidad, donde el deseo ha desertado del cuerpo que se ha vuelto hielo y
ceniza... […]
El amor siempre es exclusivo porque es algo vital: placer
y dolor, mi cuerpo en la absoluta exclusividad de su momento.
“A veces” (1985)
Teología: saber transfigurado por el amor, saber sabroso,
saber que tiene buen sabor, sabiduría, palabras que se anidan en el cuerpo y le
dan nueva vida... Mirar para el presente,/ Oír los gemidos de los que sufren./
Oír, desde el pasado, los gemidos de la Gran Víctima./ Mezclarlos./
Transformarlos en poema./ Comerlo, como si fuese sacramento...
“Teología” (1986)
Nuestro cuerpo es una burbuja encantada, y dentro de él existe un
universo. En José en Egipto, la novela de Thomas Mann, José dice estas
extrañas palabras: “El mundo tiene muchos centros, uno para cada criatura, y
cada uno yace en su propio círculo. Tú estás a la mitad de un paso de mí, con
todo sobre ti yace un universo cuyo centro no soy yo, sino tú”. Yo creo,
entonces, que todo lo que había visto y había que decir era parte de mi
burbuja, mi universo, mi cuerpo. Puedo ver a Sirio, la estrella más brillante —no
sé a cuántos años-luz de mi mano, pero, siempre que hable de ella, estoy
hablando de una parte de mi cuerpo, exactamente de esa parte que la recibe con
asombro, porque a causa de ella, comienza a soñar.
El protestantismo es parte de mi cuerpo,
de mi sueño, de mi pesadilla, algo que amo, algo que odio también... […]
Amo el cuidado calvinista por
la creación de Dios. La palabra ¾un sueño
hermoso¾ es un jardín, y nosotros,
los jardineros. Si yo fuera San Francisco de Asís, diría que las montañas, los
ríos, los mares, los bosques, son mis hermanos y hermanas. Eso es lo que siento
con frecuencia. Reconozco que esta clase de misticismo es extraña al mundo
calvinista. Pero no importa: tomo todas estas cosas como dones de Dios, como
productos del deleite divino por la belleza, y el universo entero brilla con
los colores iridiscentes de Dios, y comemos de todo con el cuerpo: el mundo se
vuelve sacramento. Y porque somos jardineros, y no guerreros, veo que todas las
espadas se transforman en arados... […]
“Una invitación a soñar” (1987)
La teología es un ejercicio de hechicería,
variaciones sobre el tema de la Encarnación...
Dios se hizo Carne,
Dios es la Carne en que re reveló,
Dios acontece cuando el poema toma en cuenta al Cuerpo.
Esto es lo único que podemos decir de Dios.
No que sepamos cosa alguna respecto a Él.
Más bien sabemos que aquello que está aconteciendo con nuestro
cuerpo es algo divino, que debería existir siempre, eternamente, y que nuestro
cuerpo merece resucitar, en eterno retorno, para que el Poema sea eternamente
repetido, con gozo, como orgasmo, un ciclo que siempre vuelve al principio,
canon, contrapunto, variaciones sobre un mismo tema.
Damos el nombre de Dios a este éxtasis del cuerpo (o del alma, no sé
dónde se separan) poseído por la belleza. Aparte de estos, no hay misterios
sobre los que podamos hablar. Cito, como autoridad, a otro teólogo, Alberto
Caeiro: “Pensar en Dios es desobedecer a Dios...”.
La única cosa que tenemos es el temor en el Carne cuando se da en
ella la magia y queda poseída por el poema. Y entonces sucede que las Ausencias
se hacen Presencias (fugitivas...) Aquello que Nietzsche sugirió: “¿Será que no
percibes que lo que aman en ti es el brillo de la eternidad en tu mirada?”. El
Cuerpo se convierte en altar —o como dirían los teólogos, locus revelationis—,
el lugar donde se hace visible que somos habitantes de otro mundo. No, no me
entiendan mal cuando hablo de “otro mundo”. Nada que ver con el cielo o el
infierno... […]
Los poemas no pueden ser verdaderos.
Pero deben ser bellos.
Y es por esto que ellos tienen el poder mágico de poseer el cuerpo.
La verdad es lo que es; lo que está presente. Pero el Cuerpo se inclina para lo
que no es —¡Deseo!— lo que aún no ha nacido, lo que ya murió, contornos del “pedazo
arrancado de mí”. Y me viene la idea insólita de que Dios es el nombre que
damos a esta Ausencia que habita en el Cuerpo... Lo que me lleva a una absurda
conclusión: para hacer teología no es necesario creer que Dios exista. Cecília Meireles
sólo pudo escribir su “Elegía” después de la muerte de su abuela. El poema
describe el mundo mágico que quedó en el espacio vacío dejado por un cuerpo que
se fue: “Tu cuerpo era un espejo transparente del universo”.
“Sobre dioses y caquis” (1987)
Marx, a diferencia de Freud, era optimista. El
psicoanálisis cree que nuestro deseo es una herida que no puede ser curada.
Nuestro deseo tiene sus raíces en una tragedia más allá de la historia, donde
nuestras manos no pueden ir. Algo que se parece al mito del pecado original:
nuestros cuerpos nacen con un Vacío interior que nada puede llenar. Marx creía
que nuestra tragedia ha nacido dentro del tiempo: es un accidente histórico y
no una necesidad metafísica. Si nuestro deseo fue exiliado del Paraíso es porque
nosotros lo exiliamos. Somos culpables de este acto y nuestra historia pasada
es la historia de esta tragedia. Pero por ser culpables existe esperanza. La
mano que causó la herida tiene el poder de curarla.
El escándalo del psicoanálisis se debe a su parentesco
con la hechicería. Se inicia con el reconocimiento de que el síntoma, la herida
abierta en el cuerpo del paciente, no fue producida por ningún artefacto
físico. El doliente fue hechizado por las palabras, que tomaron posesión de su
cuerpo: demonios. La neurosis y la psicosis son formas de hechicería, magia
negra. Y la curación viene a través de la magia.
La palabra del profeta no nace de la cabeza, pues la
cabeza es impotente para hacer el amor con el cuerpo. No se dirige a la cabeza
tampoco, pues él sabe que allí sólo viven las palabras claras y distintas. Pero
en el cuerpo entran las palabras que fueron escritas con sangre. El profeta
dice lo que está escrito dentro de los cuerpos de los muertos: sueños que
fueron abortados, gestos inconclusos, alas que no pudieron volar, deseos que no
pudieron engendrar. En el cuerpo de los sacrificados, el profeta encuentra las
palabras para sus poemas, las heridas que indican el “pedazo arrancado de
mí...”.
El
poeta, el guerrero, el profeta (1993)
El problema no es sólo ayudar a la gente, es resucitar
cuerpos muertos. Y los cuerpos muertos son resucitados por el poder de la
belleza.
“De teólogo de la liberación a
poeta” (1993)
Encuentro que el placer es una cosa divina [...] Para
esto trabajamos y luchamos: para que el mundo sea un lugar de delicias. Pues ése
es, solamente, el sentido del Paraíso: el lugar
donde el cuerpo experimenta el placer.
“O prazer” (1994)
Cocina: allí se aprende la vida. Es como una escuela en la
que el cuerpo, obligado a comer para sobrevivir, acaba por descubrir que el placer
viene de contrabando. La mera utilidad, alimentar, algo bueno para la salud, por
la magia de la gastronomía, se vuelve arte, juego, fruición, alegría. La
cocina, un lugar para reír...
“Aprendiendo de las cocineras”
(1995)
Placer: tal vez placer no sea la mejor palabra, sería
mejor alegría. La diferencia entre placer y alegría es que el placer sólo
existe en presencia del objeto y desaparece en su ausencia. El placer de comer
un caqui necesita de un caqui. El placer de un abrazo necesita
la persona amada. En la ausencia del caqui
o del cuerpo, no existe placer. Pero la alegría es un sentimiento suave que no
depende de la presencia del objeto. Existe al preparar la comida, antes que el hijo
llegue sólo un recuerdo lo hace sonreír, el cuerpo humano también se alimenta
de ausencias.
Está
en la mesa. Recetas con toques literarios (2005)
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