lunes, 4 de agosto de 2014

Rubem Alves en sus palabras (II): centralidad del cuerpo para la fe y la vida



1 de agosto, 2014

Rubem Alves fue uno de los primeros teólogos en discutir acerca de la centralidad del cuerpo para la fe y la existencia humana. Desde las últimas páginas de sus tesis doctoral, en 1968, comenzó a atisbar la necesidad de colocar ese tema en la agenda teológica latinoamericana del momento, lo que incluso le granjeó el rechazo de algunos colegas suyos, que vieron ese interés como una afición “burguesa” del pensador brasileño. En Hijos del mañana (1972), su segundo libro, fruto de un curso sobre ética ofrecido en Nueva York, desarrolló más ampliamente el tema, hasta que, en La teología como juego (1981), expuesto en las Cátedras Carnahan en Buenos Aires, aterriza muchas ideas y avizora una teología genuinamente corporal, respetuosa de las más profundas necesidades humanas. Un año después, con Creo en la resurrección del cuerpo, esta teología de la corporalidad alcanzó una amplia proyección, pues fue posible apreciar la profunda “ortodoxia” que la había originado, aunque no había sido bien comprendida por muchos analistas. Alves continuaría esa ruta en sus publicaciones posteriores, aderezando sus obras continuamente con los énfasis lúdicos, eróticos y poéticos que caracterizaría su trabajo escritural hasta su muerte. Sus observaciones, dominadas por una recuperación del papel central del cuerpo en la existencia, derivaron en una fresca y provocadora expresión que lo acompañaría siempre.

La liberación del hombre no tiene nada que ver con la negación, sino con la liberación del cuerpo de todo aquello que reprime a éste, que le hace no ser libre para el mundo o al mundo no ser libre para el cuerpo [...] El mesías, o sea, el poder de la libertad que libera, es "carne". No hay lugar para un Dios que se da a sí mismo al hombre o que opera al margen de las condiciones materiales de la vida. No hay lugar para el templo en el jardín del edén. A Dios hay que buscarlo entre las cosas que da al hombre.
Teología de la esperanza humana (1968)

Observad cómo entornan los ojos las gentes cuando rezan. No saben bien por qué, pero esos ojos semicerrados se han convertido en un reflejo automático. Pero la razón estriba en que piensan que Dios empieza donde acaba el cuerpo. El acto de cerrar los propios ojos significa un modo de rechazar el cuerpo y un modo de rechazar el mundo. Íntimamente, en la esfera más profunda del intelecto: ahí es donde se encuentra a Dios. Nietzsche tuvo razón al afirmar despectivamente que "el santo en el que más se complace Dios es el eunuco ideal. La vida termina allí donde el “reino de Dios” comienza.

El cuerpo del hombre es un emigrante: sale del espacio en el que se encontraba, el que se veía a sí mismo, y que le forzaba a una línea de conducta adaptativa, y va por tanto en busca de otro espacio nuevo que todavía hay que crear.

Nuestro cuerpo cultural puede desvanecerse, sin que la vida por ello toque a su fin. Por el contrario, mediante la muerte, puede la vida comenzar otra vez. La muerte y la resurrección pueden tener lugar. El hombre ya es libre para abandonar presuposiciones mucho tiempo mantenidas, de lo que en un momento dado fue cultura con significado, pero que con el tiempo ha envejecido y se ha hecho senil. Y conforme esto sucede así, el hombre descubre que más allá de la muerte y la desaparición, es posible el acto creativo una vez más.

[El lenguaje bíblico] nos asegura que para que podamos salvar la vida, el cuerpo, que se ha hecho caduco y senil ¾que ha dejado de ser instrumento de expresión de la vida y ahora actúa para reprimirla¾ debe quedar aniquilado. Tiene que morir. Esto es lo que le proporciona a la vida la posibilidad de crear un cuerpo nuevo por sí mismo. Y entonces resucita con otra forma.
Hijos del mañana (1972)

Y no me vengan con el cuento de que la preocupación por el cuerpo es una dolencia de la pequeña-burguesía. Como si los trabajadores no tuvieran cuerpos y sintieran dolor de dientes con los dientes de su clase social, e hicieran el amor con los genitales de su clase social, y cometieran suicidio con la decisión de su clase social. El cuerpo, en verdad, es la única cosa que ellos poseen y lo tienen que arrendar.

Dios gana visibilidad y presencia en el cuerpo de Jesucristo, en el nacimiento, en los actos, en la muerte y en la resurrección de este cuerpo. ¿No será legítimo concluir que la manifestación de su Reino se presentará como el triunfo del cuerpo? [...]
¿Y el lugar de la teología? Forma parte de esta sinfonía de gemidos [Ro 8.22-23]: habla sobre Dios, que es la confesión de una nostalgia infinita, que brota de este cuerpo tan bueno y amigo, que puede sonreír, acariciar, plantar, tocar flauta, hacer el amor, entregarse como holocausto por aquellos a quienes ama y también hacer teología.
Teología: poesía del cuerpo, sobre esperanzas y nostalgias, pronunciadas como una oración.

Llegamos a la conclusión de que quien, de alguna manera fue arañado por el gran misterio, como Jacob, conoce el terror y la fascinación de lo sagrado, y descubre que todo lo demás no es sagrado sino juego, hacer como si..., sacramento, aperitivo, ni divino ni demoniaco, cosas del cuerpo ¾esta burbuja de jabón tan frágil¾ pero que amamos de todo corazón y por cuya eternidad continuamos orando. “Creo en la resurrección del cuerpo”. Un cuerpo que juega, merece vivir eternamente. Y descubrimos algo curioso: que el lenguaje teológico, lenguaje del cuerpo sobre sí mismo, se ríe de los bretes académicos en que los teólogos serios lo colocaron, voltea cercos y va cantando por el mundo afuera, en los poemas de los poetas, en las canciones de los cantores, en las confidencias de los amantes, en los cuentos de los literatos, en los chistes de los humoristas y payasos, jugando siempre y diciendo que a causa del Gran Misterio es posible reír y amar.
La teología como juego (1981)

Para aquellos que viven en el cuerpo, una palabra es algo que se acoge como quien toma una uva. Algo para comer y beber. Y nos quedamos con ella por lo que ella hace con nosotros. Las cosas buenas que ella recuerda allá en el fondo, la alegría, el cuerpo que se expande para sentir los dolores y las esperanzas de los otros... ¿No es esto lo que hace un poema? Nos sentimos bien allá, en el cuarto, en la noche, en el muérdago, en el llanto... Las palabras hacen crecer nuestro cuerpo, nuestros ojos, los oídos, la nariz, la boca... Todo queda más sensible. Olores nuevos, murmullos no escuchados, colores y gestos, mundos submarinos que ahora se ven. Gandhi y Tagore decían que las masas hambrientas esperan un poema, poema que es alimento... Dirán que es magia. Esto mismo...
“Magia” (1983)

Una cuestión que posteriormente se quedó, o tornó muy importante para mí es la cuestión del cuerpo. Comprendí, que todas las luchas que se hacen tienen la única finalidad de hacer que el cuerpo sea feliz.
No hay absolutamente nada en el mundo más importante que el cuerpo. Si nosotros hacemos la revolución, la única finalidad de la revolución es permitir que los cuerpos no tengan dolor, que los cuerpos no tengan miedo, que puedan dormir en paz, que puedan trabajar en paz, que puedan crear el amor, que puedan tener sus hijos. Que puedan vivir el futuro sin temores, sin angustias.
Entonces, mi pensamiento sobre Dios se transformó realmente en un pensamiento sobre la liberación del cuerpo. Además, para los cristianos, el más alto símbolo religioso que existe es el símbolo de la resurrección del cuerpo. Resurrección del cuerpo significa por lo menos dos cosas, libertad, dignidad. Son para mí los dos más altos valores de la religión cristiana. […]
Todas las revoluciones del mundo tienen un solo propósito: hacer que el cuerpo tenga en el mundo un sitio amigo. […] El único propósito de cualquier revolución es la liberación de la alegría del cuerpo. Así que, si los teólogos de la liberación no hablan del cuerpo, yo diría que aún no han escrito el último capítulo de su teología.
“Rubem Alves y la teología del cuerpo” [Entrevista] (1984)

Esta fue la razón por la que lo amamos y lo escuchamos. Él habló, y cuanto más hablaba, menos lo veíamos, porque un mundo nuevo y maravilloso se iba abriendo delante de nosotros. Él apuntaba e íbamos reconociendo este mundo como nuestro lugar y como nuestro destino. Y así aprendimos a ver cosas que sucedían en los contornos del cuerpo de Dios, momentos de una gran liturgia inscrita en el cuerpo de los hombres y las mujeres, señales del sufrimiento y de la lucha de Dios para que el universo se transforme en eucaristía, la plenitud del cuerpo de Cristo.
“O Deus do furacão” (1985)

Aun las palabras tienen su tiempo (excepto aquellas inclusivas que quieren ser omnipresentes):
las palabras exclusivas le pertenecen al tiempo del anhelo, del cuerpo, al de los poemas y la oración;
las palabras inclusivas pertenecen al tiempo helado de la intemporalidad, donde el deseo ha desertado del cuerpo que se ha vuelto hielo y ceniza... […]
El amor siempre es exclusivo porque es algo vital: placer y dolor, mi cuerpo en la absoluta exclusividad de su momento.
“A veces” (1985)

Teología: saber transfigurado por el amor, saber sabroso, saber que tiene buen sabor, sabiduría, palabras que se anidan en el cuerpo y le dan nueva vida... Mirar para el presente,/ Oír los gemidos de los que sufren./ Oír, desde el pasado, los gemidos de la Gran Víctima./ Mezclarlos./ Transformarlos en poema./ Comerlo, como si fuese sacramento...
“Teología” (1986)

Nuestro cuerpo es una burbuja encantada, y dentro de él existe un universo. En José en Egipto, la novela de Thomas Mann, José dice estas extrañas palabras: “El mundo tiene muchos centros, uno para cada criatura, y cada uno yace en su propio círculo. Tú estás a la mitad de un paso de mí, con todo sobre ti yace un universo cuyo centro no soy yo, sino tú”. Yo creo, entonces, que todo lo que había visto y había que decir era parte de mi burbuja, mi universo, mi cuerpo. Puedo ver a Sirio, la estrella más brillante —no sé a cuántos años-luz de mi mano, pero, siempre que hable de ella, estoy hablando de una parte de mi cuerpo, exactamente de esa parte que la recibe con asombro, porque a causa de ella, comienza a soñar.
El protestantismo es parte de mi cuerpo, de mi sueño, de mi pesadilla, algo que amo, algo que odio también... […]
Amo el cuidado calvinista por la creación de Dios. La palabra ¾un sueño hermoso¾ es un jardín, y nosotros, los jardineros. Si yo fuera San Francisco de Asís, diría que las montañas, los ríos, los mares, los bosques, son mis hermanos y hermanas. Eso es lo que siento con frecuencia. Reconozco que esta clase de misticismo es extraña al mundo calvinista. Pero no importa: tomo todas estas cosas como dones de Dios, como productos del deleite divino por la belleza, y el universo entero brilla con los colores iridiscentes de Dios, y comemos de todo con el cuerpo: el mundo se vuelve sacramento. Y porque somos jardineros, y no guerreros, veo que todas las espadas se transforman en arados... […]
“Una invitación a soñar” (1987)

La teología es un ejercicio de hechicería,
variaciones sobre el tema de la Encarnación...
Dios se hizo Carne,
Dios es la Carne en que re reveló,
Dios acontece cuando el poema toma en cuenta al Cuerpo.
Esto es lo único que podemos decir de Dios.
No que sepamos cosa alguna respecto a Él.
Más bien sabemos que aquello que está aconteciendo con nuestro cuerpo es algo divino, que debería existir siempre, eternamente, y que nuestro cuerpo merece resucitar, en eterno retorno, para que el Poema sea eternamente repetido, con gozo, como orgasmo, un ciclo que siempre vuelve al principio, canon, contrapunto, variaciones sobre un mismo tema.
Damos el nombre de Dios a este éxtasis del cuerpo (o del alma, no sé dónde se separan) poseído por la belleza. Aparte de estos, no hay misterios sobre los que podamos hablar. Cito, como autoridad, a otro teólogo, Alberto Caeiro: “Pensar en Dios es desobedecer a Dios...”.
La única cosa que tenemos es el temor en el Carne cuando se da en ella la magia y queda poseída por el poema. Y entonces sucede que las Ausencias se hacen Presencias (fugitivas...) Aquello que Nietzsche sugirió: “¿Será que no percibes que lo que aman en ti es el brillo de la eternidad en tu mirada?”. El Cuerpo se convierte en altar —o como dirían los teólogos, locus revelationis—, el lugar donde se hace visible que somos habitantes de otro mundo. No, no me entiendan mal cuando hablo de “otro mundo”. Nada que ver con el cielo o el infierno... […]
Los poemas no pueden ser verdaderos.
Pero deben ser bellos.
Y es por esto que ellos tienen el poder mágico de poseer el cuerpo. La verdad es lo que es; lo que está presente. Pero el Cuerpo se inclina para lo que no es —¡Deseo!— lo que aún no ha nacido, lo que ya murió, contornos del “pedazo arrancado de mí”. Y me viene la idea insólita de que Dios es el nombre que damos a esta Ausencia que habita en el Cuerpo... Lo que me lleva a una absurda conclusión: para hacer teología no es necesario creer que Dios exista. Cecília Meireles sólo pudo escribir su “Elegía” después de la muerte de su abuela. El poema describe el mundo mágico que quedó en el espacio vacío dejado por un cuerpo que se fue: “Tu cuerpo era un espejo transparente del universo”.
“Sobre dioses y caquis” (1987)

Marx, a diferencia de Freud, era optimista. El psicoanálisis cree que nuestro deseo es una herida que no puede ser curada. Nuestro deseo tiene sus raíces en una tragedia más allá de la historia, donde nuestras manos no pueden ir. Algo que se parece al mito del pecado original: nuestros cuerpos nacen con un Vacío interior que nada puede llenar. Marx creía que nuestra tragedia ha nacido dentro del tiempo: es un accidente histórico y no una necesidad metafísica. Si nuestro deseo fue exiliado del Paraíso es porque nosotros lo exiliamos. Somos culpables de este acto y nuestra historia pasada es la historia de esta tragedia. Pero por ser culpables existe esperanza. La mano que causó la herida tiene el poder de curarla.

El escándalo del psicoanálisis se debe a su parentesco con la hechicería. Se inicia con el reconocimiento de que el síntoma, la herida abierta en el cuerpo del paciente, no fue producida por ningún artefacto físico. El doliente fue hechizado por las palabras, que tomaron posesión de su cuerpo: demonios. La neurosis y la psicosis son formas de hechicería, magia negra. Y la curación viene a través de la magia.

La palabra del profeta no nace de la cabeza, pues la cabeza es impotente para hacer el amor con el cuerpo. No se dirige a la cabeza tampoco, pues él sabe que allí sólo viven las palabras claras y distintas. Pero en el cuerpo entran las palabras que fueron escritas con sangre. El profeta dice lo que está escrito dentro de los cuerpos de los muertos: sueños que fueron abortados, gestos inconclusos, alas que no pudieron volar, deseos que no pudieron engendrar. En el cuerpo de los sacrificados, el profeta encuentra las palabras para sus poemas, las heridas que indican el “pedazo arrancado de mí...”.
El poeta, el guerrero, el profeta (1993)

El problema no es sólo ayudar a la gente, es resucitar cuerpos muertos. Y los cuerpos muertos son resucitados por el poder de la belleza.
“De teólogo de la liberación a poeta” (1993)

Encuentro que el placer es una cosa divina [...] Para esto trabajamos y luchamos: para que el mundo sea un lugar de delicias. Pues ése es, solamente, el sentido del Paraíso: el lugar  donde el cuerpo experimenta el placer.
“O prazer” (1994)

Cocina: allí se aprende la vida. Es como una escuela en la que el cuerpo, obligado a comer para sobrevivir, acaba por descubrir que el placer viene de contrabando. La mera utilidad, alimentar, algo bueno para la salud, por la magia de la gastronomía, se vuelve arte, juego, fruición, alegría. La cocina, un lugar para reír...
“Aprendiendo de las cocineras” (1995)

Placer: tal vez placer no sea la mejor palabra, sería mejor alegría. La diferencia entre placer y alegría es que el placer sólo existe en presencia del objeto y desaparece en su ausencia. El placer de comer un caqui necesita de un caqui. El placer de un abrazo necesita la persona amada. En la ausencia del caqui o del cuerpo, no existe placer. Pero la alegría es un sentimiento suave que no depende de la presencia del objeto. Existe al preparar la comida, antes que el hijo llegue sólo un recuerdo lo hace sonreír, el cuerpo humano también se alimenta de ausencias.
Está en la mesa. Recetas con toques literarios (2005)

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