sábado, 26 de julio de 2014

Rubem Alves en sus palabras (I): el misterio de Dios

25 de julio, 2014

Rubem Alves ha iniciado su peregrinaje hacia la luz pero ha dejado una estela luminosa también, dominada por su búsqueda y diálogo poético con el misterio, con lo sagrado, con aquello que sin ser tangible permite a los seres humanos sobrevivir con la fuerza, el anhelo del deseo, con el sueño de que la vida, el mundo, pueda ser un mejor espacio para vivir. Teólogo de la liberación pionero, alumbró y deslumbró a quienes lo hemos leído y lo seguiremos leyendo. Vaya, pues, este pequeño homenaje en el que conviene más escucharlo a él, en esta primera entrega, hablar de Dios con esperanza desde el más profundo suspiro del ser en un periplo cronológico que permite apreciar la evolución de su pensamiento.

Donde el sonido de la tierra es grave, la política de liberación de Dios es firme y clara, y la vida estalla en una melodía polifónica en la cual todos los afectos terrenales, todos los placeres y alegrías mundanos encuentran su verdad y autonomía. La una no es real sin la otra; pero tampoco pueden confundirse. […]
El hombre es libre para charlar, para beber y comer, para estar inactivo en la contemplación pura, para gozar del juego del sexo, para divertirse [...] es liberado para el humor, que existe sólo cuando [...] no se toma a sí mismo demasiado en serio, cuando no se ve dominado por obsesiones mesiánicas acerca de su poder para crear historia. Es libre para bromear, para el arte, para la contemplación de la naturaleza. Debido a que la vida del hombre se halla arropada por la política de Dios, que abre el hoy a un nuevo mañana, el presente se vuelve libre para el hombre.
A Theology of human hope (1969) [Cristianismo: ¿opio o liberación?, 1973]

No consiste la fe en el conocimiento de que ahí, o allí, o en parte alguna, existe un ser que vive inmanente o trascendente, dentro o fuera del universo. Para la Biblia, creer en Dios significa lo mismo que creer que, a pesar de nuestra afirmación realista de la situación, algo nuevo e inesperado llegará súbitamente, cambiando de este modo por completo las posibilidades de vida humana y de plenitud.
Hijos del mañana (1972)

La teología es una actividad para aquellos que perdieron la unidad paradisiaca original, o para aquellos que todavía no la han encontrado. Es una búsqueda de puntos de referencia, de nuevos horizontes que nos permitan darle algún sentido a este caos que nos engulle. Es un intento de componer los fragmentos de un todo que ha sido destruido [...]
La teología es el intento del hombre por juntar los pétalos de su flor, que se ve continua y cruelmente destruida por un mundo que no ama las flores [...] Es una expresión del proyecto inconsciente y sin fin que es el corazón del hombre: la creación de un mundo con un significado humano. Es “el ego humano que lleva a cabo la búsqueda de un mundo de amor”, indica Norman O. Brown [...]
“Del paraíso al desierto. Reflexiones autobiográficas” (1974)

¿Por qué se ora? El creyente ora, si y sólo si, cree que, de alguna forma misteriosa, sus deseos son capaces de conmover una voluntad suprema, que permanecería impasible si la voz de la oración no fuese articulada. Ora porque cree que su oración tiene el poder para poner en acción una eficacia extra que no existiría si él permaneciera en silencio [...]
¿Se puede realmente orar cuando se confía totalmente en la Providencia divina? ¿No será el silencio tranquilo, comprensivo y confiado, la única actitud adecuada a la creencia de que todo ocurre en virtud de los designios misteriosos y bondadosos de Dios? [...]
Veo la oración como un lapso freudiano: un lenguaje reprimido y prohibido que, a despecho de la prohibición, se hace decir en el interior mismo del lenguaje que lo prohíbe. La oración nos informa que el rebelde aún no ha muerto. La conciencia aún no se ha inclinado, de forma total, a la Providencia. El alma todavía es capaz de expresar sus deseos, en oposición a la fatalidad.
Protestantismo y represión (1979)

Dios gana visibilidad y presencia en el cuerpo de Jesucristo, en el nacimiento, en los actos, en la muerte y en la resurrección de este cuerpo. ¿No será legítimo concluir que la manifestación de su Reino se presentará como el triunfo del cuerpo? [...]
¿Y el lugar de la teología? Forma parte de esta sinfonía de gemidos [Ro 8.22-23]: habla sobre Dios, que es la confesión de una nostalgia infinita, que brota de este cuerpo tan bueno y amigo, que puede sonreír, acariciar, plantar, tocar flauta, hacer el amor, entregarse como holocausto por aquellos a quienes ama y también hacer teología.
Teología: poesía del cuerpo, sobre esperanzas y nostalgias, pronunciadas como una oración.
La teología como juego (1981)

Yo no puedo apasionarme por un Dios que es él y ella al mismo tiempo. Yo me quedo muy confundido. Porque, si es él y ella, es hermafrodita. Mis sentimientos de ser humano son separados: cuando yo amo a un hombre, yo tengo amor por un hombre (mi padre, mi hijo, mis amigos); también yo amo a mujeres (mi hija, mi esposa, otras mujeres, mis alumnas), pero son amores distintos. Entonces mi objeción es que ese lenguaje me perturba eróticamente. Yo creo lo siguiente: que el lenguaje teológico es un lenguaje que debe expresar el pulsar del deseo. Yo diría: a veces yo deseo una mujer, y cuando mi deseo es por una mujer, entonces Dios es una mujer. Sólo mujer. No hay por qué poner hombre en medio. A veces mi deseo es por un hombre -un amigo, un hijo- y cuando mi deseo es por un hombre, es un hombre. No hay que poner mujer en el medio [...] Lo que quiero decir con eso es lo siguiente: el nombre de Dios es un misterio, en el cual cabe el mundo entero.
En entrevista con Elsa Tamez, Teólogos de la liberación hablan sobre la mujer (1986)

Padre...
Madre...
         de ojos mansos:
Sé que estás, invisible, en todas las cosas.
Que tu nombre me sea dulce,
la alegría de mi mundo.
Tráenos a las cosas buenas en que encuentras placer:
                   el jardín,
                   las fuentes,
                   los niños,
                   el pan y el vino,
                   los gestos tiernos,
                   las manos desarmadas,
                   los cuerpos abrazados...
Sé que deseas darme mi deseo más hondo, deseo que olvidé...
Pero que tú no olvidas nunca.
Realiza pues tu deseo para que yo pueda reír.
Que tu deseo se realice en nuestro mundo,
de la misma forma como él late en ti.
Concédenos contentamiento en las alegrías de hoy: el pan,
                   el agua,
                   el sueño...
Que seamos libres de la ansiedad.
Que nuestros ojos sean tan mansos para con los demás como los tuyos lo son con nosotros. Porque si somos feroces no podremos recibir tu bondad.
Y ayúdanos para que no seamos engañados por los deseos malos, y líbranos de aquel que trae la Muerte en sus ojos.
Amén. […]

Quiero confesarte, Dios mío, que a veces lo que deseo no es el rostro de un padre, sino el cuerpo de una madre. Mi oración queda diferente, entonces, no sé si herética o erótica: “Madre mía, que llenas los cielos...”.
No, no sé si sea cierto. Sólo quería preguntar, para saber. Quería saber si tú eres lo bastante grande para albergar, en tu misterio infinito, un nombre de mujer... Pero hay una cosa que no puedo negar: este es el nombre que, a veces, surge de las profundidades de mi deseo... […]

Mi Dios:
No siempre está tu nombre en mi boca.
A veces me olvido de ti.
Y es bueno que así sea. Siento tu sonrisa de aprobación.
Hay ciertos olvidos que nacen de la confianza.
El celoso, que vive sin cesar la posibilidad de la pérdida, no olvida nunca... […]
Si Dios desea que tengamos placer en las cosas buenas que él nos da, hemos de olvidarnos de su nombre, para gozar de sus dádivas [...] El nombre de Dios desaparece como la madre que se va discretamente, para permitir que los ojos de su hija se depositen completamente en los ojos de aquel a quien ama.
Padre Nuestro. Meditaciones (1987)

Mi teología no tiene nada que ver con la teología.
Es un vicio.
Hace mucho que debería de haber dejado este nombre.
Y decir sólo poesía, ficción.
Que descansen los que tienen certezas.
No entro en su mundo y no deseo entrar.
Los jardines de concreto me dan miedo.
Prefiero la sombra de los bosques
y el fondo de los mares, lugares donde se sueña...
Allí habitan los misterios
y mi cuerpo queda fascinado. […]
Dios es el símbolo que marca una prohibición para hablar.
Donde se pronuncia se establece un gran silencio.
Y sobre él surgen las metáforas, que son un modo de decir lo que no puede ser dicho.
No podemos hablar sobre Dios, puesto que sólo podemos hablar sobre cosas humanas. Teología son los poemas que tejemos como redes sobre la nostalgia de algo cuyo nombre olvidamos.
¿Cuál de ellos es verdadero?
Los poemas no pueden ser verdaderos.
Pero deben ser bellos... [...]
La teología no es cosa de quien cree en Dios
sino de quien tiene nostalgias de Dios [...]
Soñamos con Dios
y el sueño interpretado deja ver los escenarios que existen en los vacíos de nuestra nostalgia (ocultos por la bruma del olvido). Y entonces nos volvemos poetas... […]
La teología no es una red que se teje para atrapar a Dios en sus mallas, porque Dios no es un pez, es el Viento que no se puede detener...
La teología es una red que tejemos para nosotros mismos,
para dejar en ella nuestro cuerpo.
Ella no vale por la verdad que pueda decir sobre Dios (sería necesario que fuésemos dioses para verificar tal verdad); ella vale por el bien que le hace a nuestra carne.
“Sobre deuses e caquis”, prólogo a Da esperança (1987)

Si uso la palabra Dios, es como metáfora poética: nada de conocimiento. No sé nada sobre Dios. Dios es una palabra que no significa nada, un poema que no pretende contener conocimiento. Un poema no vale por la verdad que supuestamente podría contener sino por la belleza que contiene. Así es, para mí, el nombre Dios…
Para eso necesito a Dios, para curarme la nostalgia. Así lo imagino: como un fino hilo de nylon, que busca mis cuentas perdidas en el fondo del río del tiempo y me las devuelve como un collar.
Lecciones de hechicería (2000)

Recuerdo, con precisión nítida, el momento en que tuve la percepción intelectual que liberó mi razón para pensar. Estaba en el seminario. Repentinamente, con enorme espanto, percibí que todas aquellas palabras que otros habían escrito en mi cuerpo no habían caído del cielo. Si no venían de allá, no tenían derecho a estar donde estaban. Eran demonios invasores. Se abrieron mis ojos y percibí que esa monumental arquitectura de palabras teológicas que se llama teología cristiana se construyó, entera, en torno de la idea del infierno. Eliminado éste, todos los tornillos lógicos se soltarían, y el enorme edificio se vendría abajo. La teología cristiana ortodoxa, católica y protestante –excepto la de los místicos y los herejes–, es una descripción de los complicados mecanismos inventados por Dios para salvar a algunos del infierno; el más extraordinario de esos mecanismos es el hecho de que el Padre implacable, incapaz de perdonar simple y gratuitamente (como todo padre humano que ama lo sabe hacer), mata a su propio Hijo en la cruz para satisfacer la estabilidad de su contabilidad cósmica. Queda claro que quien imaginó eso nunca fue padre. En el orden del amor, son siempre los padres quienes mueren para que su hijo viva.
Hoy, las ideas centrales de la teología cristiana en que creí no significan nada para mí: son conchas de cigarra, vacías. No tienen sentido. No las entiendo. No las amo. No puedo amar a un Padre que mata al Hijo para satisfacer su justicia. ¿Quién podría? ¿Quién lo cree?
Pero lo curioso es que sigo ligado a esa tradición. Hay algo en el cristianismo que es parte de mi cuerpo. Sé que no son las ideas. ¿Qué permaneció, entonces?
Fue un Viernes Santo cuando lo comprendí. Una estación de FM transmitía, todo el día, música de la tradición religiosa cristiana. Me quedé sentado, sólo oyendo. De repente, una misa de Bach, y la belleza era tan grande que me quedé poseído y lloré de felicidad: “La belleza hincha los ojos de agua” (Adélia Prado). Percibí que aquella belleza era parte de mí. No podría jamás ser arrancada de mi cuerpo. Durante siglos, los teólogos, seres cerebrales, se dedicaron a transformar la belleza en un discurso racional. La belleza no les bastaba. Querían certezas, querían la verdad. Pero los artistas, seres con corazón, saben que la más alta forma de verdad es la belleza. Ahora, sin la menor vergüenza, digo: Soy cristiano porque amo la belleza que habita en esa tradición. ¿Las ideas? Sibilancias de estática, en el fondo...

Así, proclamo el único dogma de mi teología cristiana erótico-herética: “Fuera de la belleza no hay salvación...”.
“Fora da beleza não há salvação...”, O Deus que conheço (2010)

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