sábado, 9 de agosto de 2014

El encuentro tardío, pero enriquecedor, de Rubem Alves con la poesía (I)

8 de agosto de 2014

Desde hace unos años tengo perdida mi respetabilidad académica. Nadie me la quitó, pero un buen día, por razones que no me sé explicar, algo sucedió en mí. No sé qué me pasó, mas lo cierto es que de repente me descubrí incapaz, en absoluto, de pensar, hablar y escribir analíticamente. Fui poseído por la forma poética y sigo por ella poseído cuando escribo. Aunque esto me gusta, me crea también muchos problemas con auditorios científicos y académicos, porque esa gente no cree que la poesía sea algo serio; sin embargo, yo creo que es la cosa más seria: creo que Dios es poesía. Si pudiese hacer una nueva traducción del texto de Juan: “y el Verbo se hizo carne”, pondría “y un Poema se hizo carne”.[1]
R.A., “Cultura de la vida”

El encuentro tardío, pero enriquecedor, de Rubem Alves y la poesía (I)Ciertamente el acceso de Rubem Alves a la poesía fue tardío, pero llegó a ser definitivo, enriquecedor y sumamente placentero. Las líneas que presiden este texto dan fe de cómo, en un momento determinado de su vida, experimentó un “giro poético” que impactó la totalidad de su pensamiento, en todos los sentidos. Incluso la manera en que se orientó su escritura, sin buscar escribir poemas como tales, manifestó una ruptura más, de entre las varias que sufrió, aunque en este caso el “golpe” de la “forma poética” resultaría determinante para vaciar en ella todo lo que escribiría luego de haber sido reconocido como teólogo y educador. Lado a lado con sus preocupaciones permanentes, la poesía lo acompañó permanentemente y nunca lo abandonó, pues por el contrario, el conocimiento de los autores que lo marcaron iluminó profundamente su obra.

El momento de dicho encuentro no podría fecharse con total certidumbre, pues si a fines de los años 80 tenía tan claro lo que le había sucedido, el paso del tiempo le aclararía aún más ese proceso de cambio. Así lo describió en una breve crónica de Quarto de badulaques (2003; en español: Cuarto de cachivaches, 2009), un “cajón de sastre” sobre múltiples temas, en la que hace un recorrido muy personal del asunto. Primeramente manifiesta el asombro por lo sucedido: “Descubrí la poesía tardíamente, después de rebasar los cuarenta años. ¡Qué pena! ¡Cuánto tiempo perdido! La poesía es unja de mis mayores fuentes de alegría y sabiduría. Como dice [Gaston] Bachelard: “Los poetas nos dan una gran alegría de palabras…”.[2] Podría decirse que tras toda una vida la poesía le llegó demasiado tarde, pero él sentía que no fue así.

Inmediatamente después se dirige al lector o lectora hipotéticos: “Por eso te pregunto: ¿lees poesía? Si no lo haces, trata de hacerlo. Cambia los programas de televisión por la poesía”. Y agrega una serie de observaciones creativas sobre los prejuicios tan extendidos sobre su comprensión: “Si me dices que no entiendes la poesía, aplaudiré: ¡qué bueno! ¡Solamente los tontos creen que la entienden! ¡Solamente los oradores tienen la pretensión de entender la poesía!”. Después, expone con vehemencia lo que entiende como su propósito mediante varios ejemplos y una propuesta concreta: “La poesía no es para eso. Es para ser vista. ¡Lee el poema y trata de ver lo que él pinta! ¿Necesitas entender un lunar? ¿Una nube? ¿Un árbol? ¿El mar? Basta con ver. ¡Ver, sin comprender, es una felicidad! Lee poesía para que tus ojos se abran”. Para Alves, leer un poema es aprender a mirar, es una experiencia iniciática, casi mística.

Y en ese punto ofrece sus recomendaciones específicas, algunos de los nombres que resultaron significativos en su caminar como lector de poesía. El orden en que aparecen no es de ninguna manera aleatorio, aunque en esta ocasión sólo mencionó autores/as de habla portuguesa: Cecília Meireles (1901-1964) y Adélia Prado (1935) en primer lugar, autoras cuya obra citó persistentemente. Alberto Caeiro, heterónimo del portugués Fernando Pessoa (1888-1935), con quien se identificó muchísimo por su levedad y tendencias panteístas. Mário Quintana (1906-1994), Lya Luft (1938), Maria Antônia de Oliveira (1964), a quienes leyó en una etapa posterior. Se trata de una lista ya filtrada por los años y enriquecida por largos periodos de lectura en la que le acompañaron muchos amigos de una tertulia semanal en Campinas. “Lee poesía para ver mejor. Lee poesía para estar tranquilo. Lee poesía para embellecerte. Lee poesía para aprender a oír. ¿Has pensado que, tal vez, hablas demasiado?”. Así concluye la crónica, en un tono amable, pero firme, de invitación.

En una memorable ponencia de 1981, Alves se quejó amargamente de la nula presencia protestante en la literatura de su país, algo inexplicable dada la antigüedad de las iglesias históricas y el aceptable nivel cultural que las había caracterizado. Sus palabras fueron puntillosas y duras:

Yo esperaría, por otra parte, que el protestantismo hubiese hecho alguna contribución a la literatura brasileña. Hemos buscado una gran novela... pero en vano [...] lo que sucede es que la literatura no puede sobrevivir en medio de esta obsesión didáctica, porque su vocación es estética, contemplativa, y su valor es tanto más grande mientras más grande es su capacidad para producir estructuras paradigmáticas a través de las cuales las figuras y ligámenes ocultos de lo cotidiano son observados. Los literatos protestantes no pueden huir del hechizo de sus hábitos de pensamiento. Sus novelas son sermones travestidos y lecciones de escuela dominical enmascaradas. Al final, la gracia de Dios triunfa siempre, los creyentes son recompensados y la impiedad es castigada. El último capítulo no necesita ser leído.[3]

De ahí que, cuando por fin se transformó su estilo, aproximadamente en 1983, poco después de publicar La teología como juego y Creo en la resurrección del cuerpo, pareció asumir él mismo la tarea de superar su estilo anterior para entrar de lleno en el campo literario. En sus primeros libros, la poesía estaba totalmente ausente y es hasta ¿Qué es la religión? (1981), y sobre todo de Poesía, profecía, magia (1983), que finalmente dio el salto hacia la expresión de estirpe poética de forma definitiva. En ¿Qué es la religión?, Alves cita textos y poemas de Archibald McLeish (Estados Unidos, 1892-1982), Cecilia Meireles y el visionario inglés William Blake (1757-1827). Del primero, al referirse a quienes construyen cosas mediante palabras, recuerda la siguiente frase: “Un poema debería ser palpable y mudo como un fruto redondo; no debería tener palabras como el vuelo de los pájaros, no debería significar nada sino simplemente… ser”. De Meireles incluye esta cita: “De un lado, la estrella eterna, y del otro la vacante incierta…”, al hablar de la búsqueda del sentido de la vida. Y de Blake son estos versos: “"Ver un mundo en un grano de arena / y un cielo en una flor silvestre,/ asegurar el infinito en la palma de la mano / y la eternidad en una hora”, que retomaría muchas veces (hasta darle título a dos de sus libros), a propósito de “la sensación inefable de eternidad e infinitud, de comunión con algo que nos trasciende, envuelve y contiene, como si fuese un útero materno de dimensiones cósmicas”. En ese libro aún es notoria la timidez con que se refiere a los poetas, quizá porque aún no se sentía del todo seguro al momento de abordarlos.

En 1990 fue invitado por la Universidad de Birmingham, Inglaterra, a dictar las Conferencias Edward Cadbury y aquel pequeño volumen (80 pp.) sería la base de las mismas, con las que daría comienzo, al publicarse ese mismo año bajo el título de The poet, the warrior, the prophet (El poeta, el guerrero, el profeta) a una obra que se transformaría con el paso del tiempo hasta convertirse en Lições de feitiçaria. Meditações sobre a poesia (Lecciones de hechicería. Meditaciones sobre la poesía), en 2003, posterior a la publicación de la versión portuguesa en 1992. Ese libro contiene la quintaesencia de lo que su autor desarrolló en toda su vida sobre las realidades humanas influidas por una perspectiva poética. Estaba a punto de descubrir a T.S. Eliot (1888-1965), el gran poeta anglo-estadunidense, Premio Nobel en 1948, quien lo sacudiría aún más, y a Octavio Paz, quien con las ideas expuestas en El arco y la lira completaría el panorama estético del también autor de Protestantismo y represión.



[1] R. Alves, “Cultura de la vida”, en Simón Espinosa, comp., Hacia una cultura de la paz. Caracas, CLAI-Comisión Sudamericana de Paz-Nueva Sociedad, 1989, p. 15. Énfasis agregado. Este texto fue presentado en una reunión auspiciada por los dos organismos coeditores, en abril de 1989. Debo el acceso al mismo a Arturo Arce Villegas e Israel Flores Olmos.
[2] R. Alves, “Poesía”, en Cuarto de cachivaches. México, Ediciones Dabar, 2009, p. 89.
[3] R. Alves, “Las ideas teológicas y sus caminos por los surcos institucionales del protestantismo brasileño”, en P. Richard, ed., Materiales para una historia de la teología en América Latina. San José, Departamento de Investigaciones Educativas, 1981, pp. 345-346. Recogido también en Dogmatismo y tolerancia [1982]. Bilbao, Ediciones Mensajero, 2007 (La barca de Pedro, 23).

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