8 de agosto, 2014
La poesía fue, literalmente para Rubem Alves, un artículo de primera
necesidad. Durante más de 40 años se mantuvo alejado de ese ámbito estético,
cultural y espiritual, lo que le causó mucha pena y dolor. Pero cuando esa
pasión lo tomó, jamás lo abandonó. El cambio de mentalidad, metodología y
pensamiento que experimentó en la primera mitad de los años 80 estuvo
acompañado de un despertar poético que le permitió acercarse a los autores/as
que loe stuvieron esperando durante mucho tiempo: William Blake, Fernando
Pessoa, Emily Dickinson, Cecília Meireles, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, T.S.
Eliot, Mario Quintana, Adélia Prado y muchos otros poetas se volvieron sus
consejeros más íntimos y con quienes más a gusto se sintió en el trecho final
de su vida. Sus versos e ideas iban y venían por su mente, volvían renovados
cada vez que los citaba y encontró en ellos el eco de lo que su experiencia
acumuló sabiamente para iluminar cada línea que escribió con su estilo
inigualable. Escucharlo al referirse a las puertas que le abrió la poesía era
participar de la felicidad que lo invadía y que compartió tan intensamente.
Por ser malditos, nuestros deseos no fueron dichos y así,
tienen que expresarse bajo la máscara de las metáforas y de las metonimias,
bajo la protección de las nieblas y las inversiones de los símbolos oníricos,
apareciendo como criaturas secretas y nocturnas, o en las fantasías de los
carnavales del arte, la poesía, las canciones, el humor, las procesiones, las
romerías, los rituales mágicos, las religiones populares, las fiestas, las
celebraciones...
Tal vez la teología no sea nada más que una manera de
hablar sobre esas cosas dándoles un nombre, distinguiéndose apenas de la poesía
porque siempre es hecha como una oración. Ella no surge del “cogito”, de la
misma manera que los poemas y las oraciones. Simplemente brota y se desdobla,
como manifestación de una manera de ser: "suspiro de la criatura
oprimida". ¿Sería posible una definición mejor?
El amor de los derrotados, me hace recordar el “Cancionero
de la inconfidencia” de Cecilia de Meireles:
Ya se oye cantar al negro. Pero aún está lejos el día.
¿Será por la estrella del alba con sus rayos de alegría?
¿Será por algún diamante que arde en la aurora tan fría?
Ya se oye cantar al negro, por la agreste inmensidad.
Sus dueños están durmiendo, ¡quién sabe qué soñarán!
Mas los capataces espían, los ojos clavados al llano.
Ya se oye cantar al negro. ¡Qué pesares por la sierra!
Los cuerpos en aquellas aguas, las almas, en lejanas
tierras.
En cada vida de esclavo, qué absurda, perdida
guerra".
(Cecília Meireles, Flor de poemas)
Por eso el teólogo, cuerpo de carne y hueso como todos
los demás, tiene delante de sí la prohibición. Puede hablar y bailar como
quiera, siempre que su palabra sea el poema del cuerpo pero nunca la ciencia de
lo divino.
Es curioso, pero hasta hoy no supe que un poema haya
generado ortodoxias o inquisiciones. Tal vez las palabras de un poema sean
diferentes de la palabra de la verdad. De hecho, no se exige de una declaración
considerada verdadera que sea bella, pero sí de un texto bello que sea
verdadero. Juegos diferentes...
En el juego de la poesía, las reglas son otras. Lo que se
pide de cada palabra es que sea una confesión y que, juntas, formen una red
simbólica capaz de acoger, también, al otro. Los poemas son estructuras
verbales buenas para que en ellas también los otros se abriguen.
El poema prohíbe el dogmatismo
por ser, en el fondo, una confesión. Y las confesiones pueden, cuando mucho,
ofrecer una invitación pero nunca plantear una exigencia.
Variaciones
sobre la vida y la muerte (1982)
La oración y la poesía siempre son exclusivas. Son
momentos como ningunos: únicos, irrepetibles.
Pero hay lenguajes que son
como mezcladoras. Todo lo que es único e irrepetible, desaparece. Son los
lenguajes de la ciencia, de la economía, de la guerra.
Esta es la razón por la que
el Dios conocido por medio del lenguaje de la oración/poesía no es el que se
conoce a través del lenguaje de la ciencia, aun cuando el lenguaje de la
ciencia se llame a sí mismo teología.
El Dios de la oración/poesía
habita en mis deseos y ocupa los nombres de ellos.
“A veces” (1985)
Necesitamos nuevos maestros que nos enseñen a hablar
palabras de poder. Debo confesar que mis maestros, la mayor parte de ellos, no
viven en iglesias respetables. Ellos adoran en altares solitarios: son poetas,
pintores, magos, antropólogos, y personajes medievales, bizarros, del mundo de
los cuentos... y los niños.
Esta es una palabra que viene
hasta nosotros, protestantes, de las diferentes tradiciones y religiones que
nos ven con extrañeza: porque nos falta poesía, porque no amamos el misterio de
los bosques y los mares profundos, porque huimos de la oscuridad de nuestra
parte nocturna y porque ocultamos celosamente nuestros sueños. Y por ser
diurnos, perdemos la chispa de eternidad en nuestros ojos que podría, si
estuviera allí, seducirlos dentro de nuestra burbuja mágica...
“Una invitación a soñar” (1987)
Hay palabras que viven en la cabeza y son buenas para ser
pensadas. Con ellas se hace la ciencia. Pero hay palabras que viven en el
cuerpo, y son buenas para ser comidas. Llegan a la carne sin pasar por la
reflexión. Es magia. O poesía, que es la misma cosa. Dicho de forma clara, como
lo vi por primera vez en Emily Dickinson:
Si leo un libro y él enfría
mi cuerpo
tanto que ningún fuego sería capaz
de calentarlo,
sé que aquello es poesía.
Si siento,
físicamente,
como si la tapa de mi cabeza hubiese sido arrancada,
sé que aquello es poesía.
Por eso es que, para mí, la poesía y la magia son la
misma cosa…
La poesía es el discurso de la fruición, de la unión
mística.
“Sobre dioses y caquis” (1987)
Desde hace unos años tengo perdida mi respetabilidad
académica. Nadie me la quitó, pero un buen día, por razones que no me sé
explicar, algo sucedió en mí. No sé qué me pasó, mas lo cierto es que de
repente me descubrí incapaz, en absoluto, de pensar, hablar y escribir analíticamente.
Fui poseído por la forma poética y sigo por ella poseído cuando escribo. Aunque
esto me gusta, me crea también muchos problemas con auditorios científicos y
académicos, porque esa gente no cree que la poesía sea algo serio; sin embargo,
yo creo que es la cosa más seria: creo que Dios es poesía. Si pudiese hacer una
nueva traducción del texto de Juan: “y el Verbo se hizo carne”, pondría “y un
Poema se hizo carne”.
“Cultura de la vida” (1989)
Quien percibió primero que las palabras tienen el poder
para transformar los cuerpo fueron los magos. Eso es la magia: decir la palabra
para que el cuerpo se altere [...] si yo pudiera reescribir poéticamente la
concepción virginal de María, sería de este modo: haciendo a un lado los
detalles de su anatomía, que me llevan directamente al drama edípico de los
hijos que desean salvar a la madre de la penetración dolorosa/placentera del
padre, y lo castran, a fin de que ella permanezca siempre virgen, yo me
detendría en el delicado milagro de la palabra que entra por el oído y llega
hasta las profundidades del alma, dejando intactos todos los pasajes, hasta
donde vive el deseo. Y allí, seduciéndolo, la palabra se vuelve semen, y el
cuerpo se comienza a hinchar. María, embarazada por el oído.
“Memorias”
Soñar es ver lo que no existe. Es vivir por el poder de
lo que no existe. Estoy citando a Paul Valéry, el poeta francés, quien dijo: “¿Qué
sería de nosotros sin la ayuda de lo que no existe?”. Cuando alguien ve el
sueño está poseído por él, por algo que no existe. Somos poseídos por nuestros
sueños, y entonces algo sucede.
“De teólogo de la liberación a
poeta” (1993)
Me gusta leer oraciones. Oraciones y poemas son la misma
cosa: palabras que se pronuncian a partir del silencio, pidiendo que el
silencio nos hable.
“Presentación” de Oraciones por un mundo mejor (1997)
La literatura es una vocación bella y débil. El escritor
tiene amor, pero no tiene poder. Pero el político lo tiene. Un político por
vocación es un poeta fuerte: tiene el poder de transformar poemas sobre
jardines en jardines de verdad. La vocación política es transformar los sueños
en realidad. Es una vocación tan dichosa, que Platón sugirió que los políticos
no necesitarían ser propietarios de nada: les bastaría el gran jardín para
todos.
“Sobre política y jardinería” (2008)
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